El día 1 de noviembre celebramos el «Día de Todos los Santos» y el día 2 conmemoramos el «Día de los Difuntos». Estas fiestas gozan de un arraigo y una extensión universal en la tradición católica; en ellas se nos invita a recordar a las personas que han alcanzado la santidad y el 2 de noviembre, Día de los Difuntos, a visitar los cementerios donde descansan nuestros seres queridos. Desde la óptica y el marco de la religiosidad popular en estos días se nos invita a rezar por ellos y, sobretodo, a recordarlos dando muestras de gratitud y respeto.

Los cementerios, en estos días, recuperan una actividad y un colorido a través de los variopintos ramos de flores que sobre las tumbas y lápidas, depositamos.

Durante este mes la eucaristía se oficiará, durante un día fijado semanalmente, en las capillas de los cementerios para así acercar y reforzar el vínculo que nos une con los seres que allí descansan.

La muerte es una verdad cierta, es un hecho que indiscutiblemente nos acecha y nos encuentra en momentos inesperados, que cuesta superar pero que biológicamente son venideros. El ser humano es un ser para la vida, Jesús así lo concretó en unas palabras paradigmáticas: «El Padre no es un Dios de muertos, sino de vivos». Así la vida del hombre no termina, se transforma.

Además de recordar y honrar a Santos y Difuntos, existe otra cultura igualmente enraizada en el tiempo y paralela, que surge en estas fechas y que no es otra que la gastronómica. Así se podrán degustar, pues de ellos se llenarán las estanterías de los establecimientos y de manera artesanal los domicilios, y se nos ofrecerán por doquier, como son: las gachas, los huesos de santo y los buñuelos.