Cine, cine, cine, más cine, por favor. Como en la canción de Aute, vivimos días de cine y no en sentido metafórico, porque las circunstancias que nos rodean sean especialmente reconfortantes, sino de la manera más literal. Cientos de miles de espectadores han pasado esta semana de lunes a miércoles por las salas -a la hora en que escribo aún no hay una estadística fiable, pero ya con antelación se preveía millón y medio de personas en todo el país- animados por la Fiesta del Cine, lo que les ha permitido beneficiarse de entradas al módico precio de 2,90 euros, casi simbólico en los tiempos que corren de IVA al 21% y bolsillos a la baja.

A pesar de que con los pantallones de plasma domésticos y la variada oferta de cadenas públicas y privadas se te meten en casa películas que no tendrías tiempo de ver ni aunque solo te dedicaras a eso, el rito de ir al cine sigue siendo especial: penetrar en la sala oscura --cuanto más grande mejor, aunque esto va en gustos-, acompañar la proyección de refrescos y palomitas si a uno le da por seguir la costumbre norteamericana --llegada de la mano de las películas, cómo no-- y sumergirte en otros mundos y otros papeles que te hagan reír, llorar o simplemente librarte por un rato de la realidad circundante sin que te corten la evasión los anuncios o las interrupciones familiares de sofá y mesa camilla. Y es que soñar, a veces, sí cuesta dinero, por eso si te facilitan los sueños rebajados, mucho mejor; de ahí el éxito de la propuesta.

En Córdoba, además, se ha dado el caso de que este festín cinematográfico ha coincidido con otra iniciativa que tiene por protagonista a la gran pantalla, aunque en versión de cortos. El pasado martes, el mismo día en que la consejera de Cultura, Rosa Aguilar, inauguraba en el Museo de Bellas Artes una espléndida exposición de Antonio del Castillo --la pintura era la forma de hacer cine cuando aún no se había descubierto el invento--, se estrenaba el primer Festival Internacional Patrimonio de Cine, que durante dos semanas supondrá la proyección de 200 horas de este material y documentales, que también son maneras de plasmar los sueños.

Todos ellos se podrán ver en la Filmoteca de Andalucía, la Facultad de Filosofía y Letras y en el Centro de Recepción de Visitantes gracias a la colaboración del Ayuntamiento, la Diputación, la Junta de Andalucía y la Córdoba Film Office, lo que demuestra una vez más que la colaboración institucional, tan poco frecuente hasta ahora en esta tierra cainita, siempre da buenos frutos.

Los más de 3.500 cortometrajes recibidos, más 70 spots publicitarios de carácter turístico, se parecen en algo, y es que tienen por escenario o tema lugares declarados Patrimonio de la Humanidad, como Córdoba sin ir más lejos. Tan ingente aportación llega a esta ciudad procedente de 120 países, lo que significa que se hablará de Córdoba, como promotora de la idea, por todo el mundo, con la impagable repercusión que ello pueda tener para el turismo cultural. Una prueba más de que toda la vida es cine, y de que los sueños acaban calando en la vida real.