Hace apenas unas semanas Zygmunt Bauman sostenía en Florencia que el siglo que viene no será si el presente no lo convertimos en el siglo del diálogo. Defendió Bauman esta idea contundente al hilo de sus reflexiones sobre un mundo cada vez más plural y heterogéneo, en el que la diversidad convive y a veces pugna con la homogeneización de lo global y en el que las democracias tienen que asumir el reto de garantizar la igualdad como reconocimiento de las diferencias.

Los escenarios que nos dejan las elecciones del pasado domingo nos sitúan precisamente en ese horizonte donde las instituciones, las sociedades en su conjunto, reclaman nuevos métodos y nuevas palabras. Porque si algo han puesto de manifiesto los comicios, además de la contestación mayoritaria a las políticas neoliberales del PP y el triunfo de unas apuestas políticas de signo contrario, es la necesidad de revisar los paradigmas que durante las últimas décadas han dominado la acción política en nuestro país. Una acción política escasamente educada en el diálogo, alimentada por la confrontación belicista y deudora de unos esquemas bipartidistas que durante muchos años han reducido a mínimos insoportables el pluralismo político. Las nuevas realidades de ayuntamientos, diputaciones y parlamentos autonómicos imponen la necesidad de bajarse de los púlpitos y entender que un dialogar supone conversar, ceder, negociar y construir. Y que ese diálogo exige no solo transparencia sino también mirar más allá del propio ombligo y pensar en el bien común. Además de que reclama la templanza como virtud imprescindible y la obligatoria voluntad de traducción para que finalmente las diversas lenguas sean comprensibles.

Ese reto, complejo pero apasionante, y que debería suponer más que una merienda de negros (y de negras) una radical profundización en la calidad de nuestra democracia, es el que de manera singular, las urnas han asignado a las fuerzas políticas de izquierda. Todas ellas, con matices distintos, habrán de realizar un aprendizaje rápido e intensivo de una nueva manera de entender lo público, más horizontal que vertical, más femenina que masculina, más generosa que cínica. De una parte, el PSOE tiene la gran oportunidad de apartarse de un centro cómplice con el capitalismo liberal y de perder el lastre que supone verse a sí mismo como orgulloso partido de gobierno en solitario. Espero que las lecciones de estos últimos meses le sirvan para recuperar el pulso progresista que nunca debió perder y para, al mismo tiempo, liberarse de unas sombras del pasado que hacen difícil sentar la bases para hablar de futuro. De otra, el resto de fuerzas que con diferentes siglas han emergido, deben superar ciertos posicionamientos ingenuos, altivos incluso y deben asumir que el juego de la política implica también ceder y buscar puntos comunes.

Para que ese diálogo sea posible, y sobre todo fructifique en unas instituciones cercanas a la ciudadanía y en unas políticas públicas atentas al bienestar y la justicia social, sería condición indispensable que las personas que hablen lo hagan siendo conscientes de que están en la política, y no de que son políticas. Es decir, la conversación no llegará a buen puerto, porque acabará condicionada por los intereses privados y las clientelas, si los que dialogan son profesionales de la política y no servidores públicos, gestores sometidos a la disciplina de partido y no actores y actrices que de verdad se crean que, de manera temporal, pueden contribuir a mejorar las condiciones de vida de sus semejantes.

Mi gran duda, que no se oculta por mi evidente optimismo tras los resultados del 25M, es si los que están llamados a ser protagonistas de ese cambio tienen la altura ética y cívica suficiente para manejar el timón mirando hacia nosotros y no hacia donde dicten los jerarcas de sus formaciones. En vez de invocar al Espíritu Santo, que de poco le sirvió Esperanza Aguirre, lo haré a la fuerza que supone una ciudadanía que no claudique antes sus responsabilidades. Porque de ella también depende que finalmente el diálogo y la templaza acaben con las trincheras y con los que en nuestro nombre se limitaron a actuar en beneficio propio.

* Profesor de Derecho Constitucional de la UCO