Las dos chicas frente al tenderete del moro se estaban formando, nunca a la cama te irás sin saber una cosa más: "¿Entonces tú no celebras la Navidad" ("tú" es el pronombre personal que se utiliza con moros y negros, aunque luzcan barba y peinen canas). La pregunta tenía su enjundia. Estaba desprovista de mala uva, respondía solo a una curiosidad juvenil, e implicaba un desconocimiento absoluto de la vida. Todos sabemos que los musulmanes no celebran la Navidad, pero la chica lo preguntaba con un asombro que se adelantaba a la respuesta que intuía: "No, nosotros tenemos otras fiestas". "¿Cuál, el Ramadán, ésa es la más importante, no?", terció la otra chica. "No (segundo error), es más importante la fiesta del cordero". "¿Del cordero, y ésa cómo es?", inquirió cándidamente la acompañante. El moro puso cara de extrañeza, como pensando "eso viene también en tu Biblia, ¿y no lo sabes?". Yo, que soy cristiano viejo de cuando se estudiaba la Historia Sagrada, sonreí asintiendo para mis adentros. El, paciente, les explicó: "Es una fiesta en recuerdo de cuando Dios pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Ismael (bueno, en la Biblia el hijo era Isaac, pero no pasa nada) y luego detuvo su mano y le pidió solo un cordero en sacrificio; se reúne la familia y los niños se lo pasan muy bien porque se les hace regalos. ¿De dónde sois vosotras?". "Yo, de Venezuela", dijo una. "Ah, Hugo Chávez", respondió el moro. "Yo, de Australia", respondió la más preguntona. "Ah, los canguros". Qué poco seguimos sabiendo todos de todos, pensé.

* Profesor