La necesidad de recordar el sacrificio personal de tantas mujeres nos informa no solo de la memoria histórica sino de un presente en el que la condición femenina es aún, y en muchos sitios, sinónimo de humillación, menosprecio e injusticia. Aun así, este día ha de servir como mínimo para no cejar en el empeño de lograr una sociedad en lucha contra la desigualdad y contra el machismo, presente en todas las capas. Desde la utilización de la mujer como arma de guerra, como satisfacción masculina o como venganza bélica, hasta la discriminación en la vida laboral. Desde la permanencia de los roles clásicos y vergonzantes hasta la violencia doméstica. Todos tenemos en mente la gravísima situación de la mujer en determinadas situaciones y en culturas en las que aún se la considera un objeto, pero lo cierto es que en sociedades más avanzadas el panorama no es más halagüeño. La oscuridad del machismo se impone también en la contemplación del cuerpo femenino como reclamo publicitario y periodístico, en la dejación de responsabilidades domésticas por los hombres, en la brecha en el mercado de trabajo, y en multitud de detalles, como el muy notable aumento del sentimiento de acoso y posesión masculina, incentivada por las tecnologías digitales, en las nuevas generaciones. La igualdad es mucho más que un valor deseable, es un acto de justicia, una oportunidad para hacer un mundo mejor. No estamos hablando solo de la reivindicación de derechos esenciales, sino de un definitivo cambio de mentalidad que debe fundamentarse en la educación y en la reprobación de cualquier conducta sexista.