Quienes hemos sobrepasado los ochenta años, y varios más, escribiendo y publicando desde la adolescencia, tenemos como cualquier otra generación, deudas impagables con maestros menores, consejeros o impulsadores, que nos corrigieron y animaron del modo preciso en el momento adecuado, en nuestros principios. Nuestra deuda con ellos es de mayor cuantía aunque no siempre sea reconocida y recordada.

Voy a esforzar mi memoria, de la que empiezo a no fiarme del todo, para hablar de mi caso porque pienso que eso puede servir a valiosos animadores de hoy a seguir siéndolo, y a jóvenes animados a recibir la ayuda con provecho y agradecimiento.

En la segunda mitad de la década de los cuarenta del siglo XX funcionaba en Córdoba la Peña Domingo a la sombra del semanario madrileño de ese nombre, y creo haber coincidido en ella con Antonio Hens y Sebastián Cuevas. Aquel grupo juvenil se reunía y hacía entre otras publicaciones, una periódica que por no poder administrativamente mantener un título, iba llamándose sucesivamente como los califas de Córdoba, según su orden cronológico. Las severas nomas de la administracion y las estrecheces de la censura, aguzaron el ingenio de muchos hasta límites ahora increíbles; que había que tener más maña para publicar que para escribir, en aquellos tiempos de Franco y del movimiento paralizante.

Al frente de aquella peña estaba en Córdoba José Linares Rojas, un poco mayor que nosotros, y desde luego más sensato como demuestra una anécdota que contaré más adelante. Linares publicó una obra, Espumas (1948) que tengo en mi biblioteca, pero que no soy capaz de localizar en estos momentos. Su hermana Araceli, ya una mujer venerable, acaba de publicar un soneto en el libro Homenaje a Ricardo Molina, en el centenario de su nacimiento, que con su habitual oportunidad ha editado el Ateneo.

He aquí la anécdota: los jóvenes vivimos con rebeldía y rechazo inicial el inolvidable escaparate que la revista Cántico puso en la también inolvidable Librería Luque de la calle Gondomar, para pregonar su salida. Linares Rojas nos llamó al orden y muy juiciosamente nos hizo ver que aquello que podía parecer una locura, tenía mucha calidad y mucha importancia. Semanas después nuestra peña recibió a los componentes de Cántico muy respetuosamente. No sé si Pablo se acuerda de ello.

Gabriel Moreno Chamorro tenía una farmacia en Posadas y le gustaba, aquí en Córdoba, rodearse de jóvenes a los que predicaba libertad e independencia y buena formación. Era un placer oírle y aprender de él. Su hijo, Gabriel Moreno Plaza publicó por aquel entonces un ensayo titulado Soledad de ser hombre. Lo perdimos de vista creo que porque se fue a Sudamérica a profesar en una universidad.

Aterrizó en Correos, como funcionario, un hombre mayor que nosotros, aunque probablemente menos de lo que nos parecía, que se llamaba algo así como Felipe García Carrillo. A falta de Internet, todavía a muchos años de nacer, y con prestaciones más inmediatas que las de las pesadas enciclopedias, nos ayudó mucho con sus certeras y amables correcciones.

En el colegio Cervantes de los hermanos Maristas tuve la suerte de tener un maestro en literatura muy valioso: el hermano Teófilo Blanco. Haciendo honor a lo suyo dedicaba la mayor parte de su poesía clásica --décimas y sonetos-- a la Virgen María. Pero conservador en lo que hacía era muy avanzado en sus enseñanzas. Puso en mis manos a Baroja, que entonces estaba casi tan maldito cono Azaña; y todo ello sin un gesto de más, sin levantar la voz. Nos dio la preparación memorística que necesitaba la terrible reválida de aquellos años y nos inquietó y formó hasta el punto de que en un momento dado todos los alumnos del curso estábamos implicados en hacer una revista literaria o en colaborar en ella, con artículos, poesías, dibujos... La revista que lo hice se llamaba ¡El Ripio! En sus clases se leía y comentaba como ahora se hace, pero entonces y en otros sitios nada de nada.

Qué vista y qué dotes tenía aquel hombre. A mi enseñó en buena medida a escribir y a Rafael López Cansinos --de nacido Rafael López Sánchez-- a leer en alta voz, lo que luego le valió ser uno de los mejores locutores de radio que en Córdoba han sido, que ha habido muchos muy buenos.

No hay en la vida nada más grande, admirable y eficaz que un buen magisterio.

* Escritor y abogado