Durante los últimos días, leyendo o viendo por televisión las diferentes entregas del caso Cifuentes y su máster, casi siempre me vienen a la mente las palabras desvergüenza o desvergonzada. El papelón que viene interpretando esta señora, y hasta ahora acompaña su partido, no puede ser más bochornoso (vergonzante). La presidenta de Madrid mintió durante varios días con maneras arrogantes, traspasada de soberbia y arropada con las mejores galas de la insolencia y aún la amenaza. Todo de vergüenza, vergonzoso.

Un cargo público de gran relevancia, y con proclamadas apetencias de ir a más, negando ante todo el mundo hechos probados y conocidos, denunciando una conspiración contra ella y luego criminalizando a quienes los hicieron públicos, no debería de permanecer durante demasiado tiempo al frente de una institución, de cualquier institución por mínima que sea. Pero ahí sigue (o continuaba cuando escribo este comentario) ante la repulsa general y haciendo aún más picadillo la carne electoral tan magullada de su partido. Nadie lo comprende salvo quizás quienes no atienden al sentimiento de vergüenza y se aferran solo al poder como el único valor importante sobre la tierra.

Este episodio daña más al PP (y por extensión a todos los políticos) que el caso Gürtel. Porque va más allá de acaparar dinero público: se inscribe dentro de las grandes patologías humanas tan bien descritas por dramaturgos y poetas.

Una mujer, que sabiendo como nadie que ha sido descubierta, urde en horas un montaje para construir un relato que lleve a creer que la mentira es la verdad y que si, no obstante, alguien alberga alguna duda, que pida explicaciones a la Universidad Rey Juan Carlos, pues fue la secretaría del rector la que acreditó que todo lo que lanzaba contra ella era falso, vale poco moralmente. ¿Qué hace una señora de esa catadura presidiendo la Comunidad de Madrid? ¿Se merecen los madrileños una presidenta que les mienta?

Aunque lo peor de todo no será el destrozo político y el presumible traspiés electoral próximo de los populares, pues, al fin y al cabo, otras personas y otros partidos vendrán a gobernar. Lo mas nocivo es el reguero de sospechas que deja. Ahora su partido para demostrar que no es solo Cifuentes la que miente (eldiario.es cree haber acreditado que viene amañando su historial los últimos 25 años), exige que se investiguen las hojas de servicio de todo el mundo.

Hemos entrado en la caza del doctorado inexistente, el máster misterioso, el postgrado ambiguo, el... Que tantos parecen exhibir y nunca necesitaron demostrar que eran ciertos. Y se anuncia amplia cosecha de lifting curriculares entre los más sonados políticos y también en los discretos.

Esto se llama morir matando. La sospecha sobre los políticos alcanza su cenit. Aunque lo que nunca nadie había advertido hasta ahora es que la bicha de la sospecha se colaría por las salas rectorales, los departamentos y aularios universitarios. Algunos ya han avanzado un titular con anzuelo apto para mil mordidas: «Nuestras universidades están hoy como ayer fueron las cajas de ahorros, podridas». ¡Hasta dónde nos llevará nuestra adicción al flagelo!

* Periodista