Tras la resaca electoral y los sesudos análisis que terminan siempre en el punto de partida, pese a lo convulso que sigue el planeta y los desafíos a que nos somete, el epicentro de la ciudad por estos días no se sitúa en las instituciones, ni en su actividad comercial, ni en las principales arterias, ni tan siquiera en su casco histórico "patrimonio de la humanidad". Los autobuses pasan repletos de personal camino al recinto ferial, como un ejército que concentra sus tropas y se dispone en orden de batalla al asalto de la fortaleza del Arenal, ese microclima artificial y pasajero en el que se da cita la sociedad cordobesa en todos sus estamentos y niveles.

Feria en la que se impone la convivencia sana sobre la calculada especulación, la grata compañía sobre las rivalidades enquistadas, el trato amistoso sobre la afrenta inútil. Tenemos una de las ferias más largas de la geografía nacional, no porque tengamos más euros que gastarnos en los mostradores de sus casetas o en los artilugios de su Calle del Infierno, sino quizás para que nadie se quede sin su ratito de albero, o porque sí tenemos más que olvidar de una realidad desilusionante, que nos somete en la cotidianeidad liderada por tanta mediocridad.

Triunfa la feria, frente al fracaso de la ciudad. Triunfa el encuentro de las gentes y los colectivos, frente al sectarismo y la prepotencia de algunos. Triunfan las luces de colores sobre las sombras oscuras que nos atenazan. Triunfan los ruidos de la vida sobre los silencios del vacío y el hastío. Triunfa la camaradería sobre el aislamiento. Menos mal que algo triunfa, además del pasado califal y romano. Por eso gusta tanto la feria, ese parque temático de la alegría, la música y el rebujito; porque nos transporta por unas horas a una realidad no virtual sino palpable que desborda nuestros sentidos y latidos. Sí, necesitamos salir de nuestro letargo, desbordarnos de abrazos y risas, contagiarnos de vida. Porque la feria es la mejor red social que disfrutamos, en la que contamos a los amigos, no a golpe de click, sino de uno en uno, en fila india, viéndoles las caras y sintiendo su sonrisa.

El gran reto sería que toda la ciudad se transformara en recinto ferial, que el espíritu de alegría de sus calles se manifestara en nuestros barrios, que la vitalidad de sus protagonistas transfigurara nuestros horizontes en realidades más coloridas y esperanzadoras. Que lo efímero de unos días se prolongara a todas las estaciones, no del año, sino de la propia vida.

* Abogado