Ni el cantar de los pájaros, ni las campanas de la iglesia, no, es precisamente un artilugio de desagradable ruido el que cada fin de semana, desde hace mucho tiempo, nos despierta a los que vivimos en el casco antiguo de Córdoba y aledaños. Sobre las ocho de la mañana inexorablemente empieza a zumbar cual mosquito nocturno impertinente. Y ya hasta bien entrada la mañana no cesa. Sinceramente envidio la maravillosa visión que debe tener de la ciudad, los patios, las iglesias, las callejuelas y la sensación que debe experimentar como pájaro privilegiado. Podría ser que hasta tenga la pertinente autorización para hacerlo, aunque no lo creo. En cualquier caso espero que la saturación de belleza le haya llegado al límite y que deje paso al silencio poético de la Córdoba callada y sola, al menos en las mañanas festivas.

Cándido González

Córdoba