Las despedidas de soltero o soltera, todo un clásico en nuestra cultura, han pretendido siempre realizar una especie de entierro a la irlandesa, de ese estado que antecede al matrimonio o la relación de pareja que no es otra cosa como habrá supuesto que la soltería. Es esta época la soltería en muchos casos más que un estado que culmina a una edad más o menos lógica para pasar al siguiente, comprometerse con una pareja y/o tener familia, es un estatus. Y decimos que es un estatus porque la soltería se prolonga en exceso no para aquellos que la eligen libremente, que es muy respetable, sino para los que queriendo crear una familia o irse a vivir juntos, no encuentran en demasiados casos los medios económicos necesarios, aun teniendo trabajo. Y cuando ya deciden y pueden comenzar todas esas etapas de la vida que ya están inventadas, pautadas y establecidas para que la sociedad avance, continúe y siga la especie, algunos ya tienen los treinta largos y hasta más. Por ello, en las despedidas de soltero/a de ahora no suelen verse aquellos veinteañeros de, por ejemplo, los años 80, que por mucho que se lo currasen lo de las diademas con penes, los gigolos y demás parafernalia sexual en la mayoría de los casos ni siquiera se lo planteaban. Y ya no digamos pasear objetos de sex shop por la vía pública en hora de cole. Por supuesto, todos esto ya se venía haciendo en estos últimos lustros, y parece que se había llegado con todo este tipo de despliegue de medios al sumun de las despedidas de soltero/a. Pero no. Una despedida de soltero que venía recientemente en un AVE Madrid-Málaga, tuvo que ser apeado en la estación de Córdoba porque la estaban liando parda. Por supuesto, la mayoría ya eran talluditos. Supongo que despedirse así como un bárbaro de la soltería debe de asustar a más de uno o una prometida. Yo más que esperar que se casara conmigo un bárbaro de estos, los seguía confirmado en su estatus: soltería.

* Mediador y coach