Un martes lluvioso. Estoy en la cola de la pescadería y me doy cuenta de que la cosa va para largo. Cojo el móvil y mando un mensaje a mi amigo que me está esperando fuera con mi perra. Automáticamente, una señora que forma parte de la cola y a la que no conozco de nada, me mira y dice en voz alta para que todo el mundo lo oiga: «¡Malditos móviles! No podemos vivir sin ellos, ¿no? ¡Qué desgracia!» La miro y le explico: «Ninguna desgracia, señora. Mi amigo está fuera mojándose con mi perra y he podido avisarle para que no me espere. ¿Sé puede saber dónde está la desgracia?». La mujer no contesta y mi móvil, como para fastidiar a la señora, vuelve a sonar. Es una notificación de Facebook de mi amigo Germán que está volando hacia Doha a unos 10.000 mil metros de altura.

Volando, leyendo el periódico, tomándose un café y comentándolo todo por Facebook con sus amigos que están en la otra punta del mundo gracias al wifi del avión y a su móvil. ¿Sé puede saber de qué desgracia me habla señora? Salgo del súper y un viejecito me pregunta por una calle lejana. Abro el Google Maps en el móvil y le indico la ruta. ¡Otra desgracia! Y así podríamos hacer mil y mil millones de listas de desgracias.

Todo se magnifica cuando hay un móvil por medio. Y el mundo es una pescadería gigante donde todos opinamos, juzgamos y decimos lo que queremos. Pero vigila si lo haces delante de un móvil o a través de una red social porque puedes acabar en la cárcel. ¿Qué hubiera pasado si la ya famosa Cassandra Vera hubiera hecho el chiste sobre Carrero Blanco en el bar o en casa con amigos? Absolutamente nada. De hecho, corre un chiste en YouTube de Tip y Coll bastante más fuerte que el suyo. Lo ponían en la tele hace más de 30 años y todos nos reíamos. Y aunque parezca que ahora las redes sociales y los móviles son el problema, no es así. El problema es la gente. Conozco niños de 12 años con móvil que son superinteligentes y personas adultas con grandes cargos que se creen que Instagram es una cámara de fotos que se puede comprar en el Fnac.

Yo sufrí mucho de pequeñita en el colegio. Era lo que todos conocemos como «la marginada de la clase». Acostumbra a ser el gordito o el niño con gafas. En mi clase era la delgaducha con mocos. O sea, yo. Una niña muy frágil, llena de miedos e inseguridades. Me trataban mal los niños y los profesores. Me pasaba el día entero contando las horas que faltaban para poder volver a casa. ¿Mi mayor temor? La hora del patio. Que en realidad era media. Media hora larguísima donde no sabía qué hacer ni con quién hablar. Muchas veces pasaba el tiempo sentada en unas escaleras mirando el cielo y otras daba vueltas sin parar como una zombi. Otros marginados iban a la biblioteca a leer. Nunca me atreví. Fantaseo a veces imaginando lo que habría sido de mí si hubiera tenido móvil en aquella época.

Me habría hecho un perfil falso para poder hablar con los compañeros de clase que me ignoraban. Eso seguro. Porque aunque eran muy malos conmigo yo quería ser su amiga. O igual me hubiera abierto un facebook. Seguro que mis comentarios serían geniales y me habrían convertido en una niña popular. Lo más probable es que me pasara los minutos jugando al Candy Crush o viendo dibujos, no lo sabremos nunca.

Pero en todo caso, un móvil en aquellos tiempos hubiera sido mi salvación. Hoy se critica a adolescentes porque están enganchados al teléfono y a la redes. Yo los entiendo tanto y me dan tanta envidia. Se comunican con todo el mundo a todas horas y son mucho más sociables y listos de los que éramos nosotros.

Leemos noticias de hijos que denuncian a su padres porque les han quitado el móvil, maltratadores que controlan a sus parejas a través del teléfono o gente que no contrata a otra gente porque en un momento determinado de su vida dijo algo malo en las redes sociales. Parece que todo sea culpa del móvil. Pero no es así. No se engañen, somos nosotros. Con móvil o sin él. El teléfono nos hace la vida más fácil. Nos ayuda a todos y eso incluye a lo malos. Al maltratador, a la madre controladora y a Cassandra. A ella le saca todo el veneno que tiene dentro.

Porque aunque algunos la quieran convertir en una heroína de las redes sociales, una víctima del fascismo o una cabeza de turco, lo que es absolutamente indiscutible es que su timeline de Twitter es terrorífico y entiendo que muchos padres no la quieran como futura maestra de sus hijos. ¿Utilizamos sus comentarios de Twitter para juzgarla como persona? ¡Por supuesto! Los comentarios de su cuenta personal de Twitter, de Facebook y del bar. Todo lo que decimos, nos define. Tenemos derecho a cambiar de opinión, crecer y madurar. Pero también tenemos derecho a leer tus tuits y pensar lo que nos dé la gana. En serio, el móvil no es una desgracia, la desgracia somos nosotros. Y tú, Cassandra, querida... ¡tienes tela!

* Periodista