Hace unas semanas L. me contó cómo fueron aquellos años. Comenzó su relato poco a poco. Llorando. Salió de su país cuando su hijo tenía solo 4 años. Buscó la manera de darle una vida mejor. Y no tenía otra opción, cuenta entre lágrimas. Pero el precio era altísimo. Su último adiós se hizo eterno. Duró tres años. Tres años durante los cuales L. no pudo ver a su hijo, que era todavía muy pequeño. Tres años en los que cada noche y cada día le dolía hasta la piel por su ausencia.

Su niño. Su pequeño. Era como estar muerta en vida. Tres años y miles de kilómetros entre madre e hijo. Tres años en los que no supo hasta prácticamente el último momento que podría volver a abrazarle. Ahora cuando recuerda el día de aquel primer abrazo, después de haber soportado tres años eternos, vuelve a llorar y me pregunta: "¿Sabes cómo fueron esos tres años sin él? ¿sabes cuántas veces pensé que igual me había equivocado?". "Fue horrible", concluye.

L. sigue teniendo la herida abierta. Algo así no se cura fácilmente. Ni se olvida. Nunca. Y L. me lo cuenta de nuevo porque ha oído en las noticias el caso de Abou del que ya hablamos por aquí hace unas semanas. El pequeño marfileño que llegó a España desde un país africano en una maleta para reunirse aquí con sus padres. Se les había denegado el permiso para traerlo por 81 euros. Sí. 81 euros. Su padre había acreditado tener trabajo en España y un sueldo de 1.250 euros al mes. La ley exige llegar a los 1.331 euros. Esa desesperación provocó lo que todos hemos visto. El niño atravesando una frontera metido en una maleta.

El padre insiste en que pagó 6.000 euros para que el niño viajara en avión con un visado legal. Fue lo que les prometieron a cambio de un dinero que no tenían pero que ahorraron para poder traerle. La realidad es que el pequeño Abou no acabó en el aeropuerto de Barajas, sino en una cinta de maletas de la frontera de Ceuta donde afortunadamente fue localizado. Y salvado.

Alguien que presenció el reencuentro entre Abou y su madre esta semana me dice que fue "brutal". El niño se lanzó al cuello de la madre cuando ella llegó al centro de menores donde está internado a la espera de una decisión judicial sobre su custodia. Pueden pasar varios días todavía hasta que vuelvan a estar juntos. Más desgarro.

En la vida hay pocas sensaciones comparables a la de abrazar a tu hijo. No puedo ni imaginar cómo debe ser hacerlo después de tanto tiempo. Después de tanto sufrimiento. Abou está ya casi con su madre. Y L. siente que su herida se cierra un poquito. Al menos hasta la siguiente despedida. O hasta que imagine a la siguiente madre o padre que se conviertan en protagonistas de otro terrible desgarro. H

* Periodista