Probablemente no fueron dos millones las personas que se manifestaron ayer por el centro de Madrid como acto culminante de la World Pride 2017, la celebración anual del movimiento gay internacional. Pero sí fueron cientos de miles, y ese volumen de gente es más que suficiente para poner en valor el enorme salto cualitativo que se ha dado en España en apenas cuatro décadas en materia de libertad sexual y respeto de la identidad personal. Por si faltaba algo, este año la marcha ha contado por vez primera con la participación oficial del PP, el único de los grandes partidos españoles que no era explícito en apoyar la movilización de gais y lesbianas. Un cambio de actitud que supone un paso más hacia la aceptación plena de las libertades personales con independencia de criterios morales. Madrid ha dado estos días una muy saludable muestra de tolerancia. Pero no hay que bajar la guardia, porque aunque España, en general, es un país tolerante, las expresiones de homofobia no son anecdóticas, y a veces las protagonizan quienes deberían transmitir mensajes de fraternidad y no de abierta discriminación. Y está pendiente avanzar hacia la normalización social de los transexuales y los intersexuales, colectivos aún muy ignorados y hasta hace poco estigmatizados. La libertad personal de quienes históricamente han sido señalados como diferentes es también la libertad de la sociedad de la que forman parte.