Quien no paga a Hacienda lo que le corresponde no tiene ningún derecho a disfrutar de las ventajas que ofrece la comunidad sufragadas por las cuotas de sus ciudadanos. Se habla ahora de lo malos que han sido los mejores 40 años de la historia de España que bien conocemos quienes vivíamos en casas sin agua corriente ni cuarto de baño, sin sofás ni frigoríficos, sin tele y sin teléfono, aunque sí con muchas calles y campos para correr.

Eran los tiempos en que vivía Franco, esos momentos del almanaque que parece que ignoran los catalanes independentistas que piensan que sigue viviendo en la España cuyo nacionalismo no les permite pisar. Algunos pertenecemos a ese llamado ahora «régimen del 78», tiempo en el que terminamos Periodismo en la Universidad, volvimos a nuestra tierra y trabajamos en medios de comunicación con notables convenios de empresa. Y ya, muerto Franco, Hacienda se agigantó, Europa nos dio mucho dinero, las carreteras y los trenes abandonaron cunetas y curvas imposibles y vagones de madera, la Seguridad Social cuidaba de nosotros y empezamos a sonreír por un lado aunque por otro quizá nos doliera la declaración de Hacienda. Pero nuestro bienestar no lo iban a pagar los portugueses. Por eso me indignan tanto los ciudadanos de a pie que no dejan de maldecir a los políticos mientras ellos no declaran la mitad de sus beneficios, como los ricos hacendados, ya sean artistas, actores, alcaldes, futbolistas o presidentes, que le echan la culpa a sus asesores de que sus fortunas vivan en paraísos. E indignan, igualmente, quienes, catalanes como Puigdemont, van predicando por ahí que en España no tenemos democracia, les robamos su dinero y que sufren persecución política. Alguien me comentó si esta gente que se arroga todo el dolor del sufrimiento humano, lo mismo que quienes ocultan su dinero en guaridas fiscales o se guardan en su cartilla los billetes que deberían dar a Hacienda por su piso arrendado mientras que destrozan cualquier actividad política ¿saben de qué hablan?, ¿habrán charlado alguna vez con alguno de aquellos presos que el franquismo tuvo encerrados ocho años en cárceles de los años cuarenta? Detectas, a veces, que existe cierto desenfoque vital. Este año, por ejemplo, se celebra el centenario de la revolución rusa, aquella esperanza que acabó por la constatación de sus crueles actuaciones. Y el nacionalismo está dejando ver que el sentimiento de superioridad de un territorio respecto a otro es todo lo contrario al pensamiento de izquierdas, donde ninguna patria ni bandera deben impedir el auxilio a los más débiles para ventaja de la burguesía con poder y paraísos fiscales.