Todo creyente practicante o poco practicante, o incrédulo de buena fe, que se dispone a vivir la Semana Santa, se pregunta por el sentido auténtico de estas fiestas religiosas: por poco que atiendas al relato que se te presenta en las procesiones, sabes que se trata de la conmemoración cristiana de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, vivida por los creyentes no solo como el recuerdo de los hechos fundacionales de su fe, sino como modelo de lo que ha de ser su propia vida, si pretende vincularse con la del mismo Jesús, Dios hecho hombre.

La Semana Santa es lo más revolucionario que existe en la vida de Jesús, sus hechos, palabras y gestos son para reflexionarlos a la luz de los evangelios, como una realidad en la historia.Son los momentos en que Jesús, comenzando en el huerto de los olivos orando y sudando sangre ante la angustia por lo que se avecinaba; es la conmemoración de una vida que trató de hacer el bien a toda persona que se lo pedía, curando a enfermos, atendiendo a leprosos, hablando con propiedad y con la novedad del amor sobre la interpretación de las escrituras, anulando el «cumplo y miento» predicado por fariseos, escribas y sacerdotes; esto va a confrontar, digo, con todo un sistema organizado para dominar al pueblo y no permitir que el pueblo sencillo conozca la Verdad; Jesús va a ser traicionado por Judas, discípulo, y va a entrar en un mercadeo político-religioso con el fin de que fuera condenado a muerte, muerte de cruz, como los ladrones y malhechores; es con su muerte cuando se rasga el «velo del templo», simbolizando el cambio del sentido de la historia, y abre los ojos para que comprendamos que todo se ha cumplido, según las Escrituras, y que los pobres crucificados adquieren papel preponderante en la historia pues un nuevo Reino ha surgido.

Trasladándonos a nuestro presente en que la crisis financiera no solo manifiesta la insensibilidad de los mercados, sino que acentúa la inconsistencia de la política, la debilidad de lo social y la degradación de lo humano. Es por lo que la cuestión social se ha convertido hoy en una cuestión antropológica y paradigma que nos señala el Norte. Jesús con su muerte y resurrección reivindica este anhelo utópico, sensible y consciente de la aportación evangélica para revertir las reinantes crisis de inhumanidad y desfraternización. El mismo Papa Francisco expresa esta preocupación antropológica y social ante tal situación, propone la solución desde los gérmenes de humanidad y de fraternidad enunciados en el mensaje del Reino (Bienaventuranzas) y patentes en la manera de vivir ya como resucitados en la historia, descrucificar, bajando de sus cruces a los aún crucificados, pues en tiempos de bulos y de postverdad, los pobres son un criterio de verdad.

* Licenciado en Ciencias Religiosas