Ciertamente es bochornoso y para sentir vergüenza ajena lo que le ha ocurrido al Partido Popular en las recientes elecciones a la Junta de Andalucía. En los pasados comicios obtuvo mayoría simple pero no pudo gobernar, por el concubinato entre IU y el PSOE, cuya ruptura ha sido la razón (?) que se nos ha dado a los andaluces para convocar unas votaciones que, según el sentir de muchos, aún dentro del partido de Susana Díaz, no eran necesarias, convenientes ni oportunas.

Pero eso es lo de menos, lo que realmente cuenta es que el candidato, Juanma Moreno, mejor decir, su partido, ha sufrido una derrota ominosa. Eran 50 los diputados con los que contaba en el Parlamento andaluz y ha perdido nada menos que 17, con lo que se ha quedado solo en 33 escaños, lo que viene a suponer una pérdida de quinientos mil votantes que le han dado las espaldas y lo han dejado pendiente de un hilo. El resultado ha sido aún peor que los apoyos que obtuvo en 1990, en los que consiguió 37. Su porcentaje baja del 40,67% conseguido en los pasados comicios, al 26,70, poco más de la mitad. De los 1.570.833 andaluces que lo votaron cuando fue candidato Javier Arenas, ha descendido a poco más de medio millón, realmente de vergüenza. ¿Cómo ha sido posible tal catástrofe? No soy politólogo, ni experto en encuestas. Simplemente soy un ciudadano que miro y observo y con la capacidad de crítica que todos poseemos, procuro enjuiciar los hechos que ocurren a mi alrededor, y lo que he observado desde que el Gobierno está en poder del PP, lo considero como un enrocamiento, permítaseme la palabra, en el poder y un encierro en una torre de marfil que les ha hecho perder a nuestros gobernantes todo contacto con la realidad.

Bien es verdad que cuando obtuvo el PP el poder para gobernar España, esta estaba que no había por dónde cogerla. Nadie confiaba en ella. Se encontraba a punto de ser intervenida, la prima de riesgo por las nubes, raro era el extranjero que se atrevía a invertir. Las deudas eran más de lo que el Gobierno de Zapatero había asegurado, y había facturas sin pagar no solo en los cajones de los despachos, sino hasta por los rincones. Tres presidentes extranjeros tuvieron que llamarle la atención a Zapatero para que no llevase a España al precipicio.

Todo eso es incontrovertible, pero lo que no tiene perdón es que los nuevos gobernantes, ante la situación en la que se encontraron nuestra Patria, no nos lo contasen a los españoles y diesen la cara con valentía para explicarnos la que se avecinaba.

Winston Churchill, al terminar la Segunda Guerra Mundial les advirtió a los ingleses de que en el camino que les quedaba por andar derramarían sangre, sudor y lágrimas. Es decir, les dejó las cosas bien claras y así salieron adelante, porque el pueblo reconoció que tenía que hacer sacrificios casi hasta la extenuación.

¿Qué le impidió a Mariano Rajoy que nos hablase claro y sin ambages? ¿Acaso pensó que los españoles estábamos faltos de entendimiento para conocer lo que ocurría y el esfuerzo que nos sobrevendría para salir del agujero? Si lo hubiese hecho, lo hubiéramos aceptado y hubiésemos conocido toda la verdad ante la situación que teníamos por delante. No lo hizo y el primer varapalo se lo ha llevado en Andalucía.

Con su falta de claridad y sus promesas incumplidas que se prepare para las elecciones generales. Posiblemente, si no rectifica, lleve un escarmiento peor.

* Doctor en Filosofía y Letras (G e H)