La decisión sin precedentes del papa Francisco de ordenar la detención del exarzobispo polaco Josef Wesolowsky, acusado de graves abusos sexuales a menores mientras fue nuncio en la República Dominicana, ha hecho temblar los vetustos muros del Vaticano. La contundencia con la que ha actuado el Pontífice en el caso Wesolowsky, expulsando al prelado del sacerdocio, ordenando su detención policial y dictando su arresto aun sin mediar sentencia, constituye un antes y un después en la política de tolerancia cero que, ante la lacra de religiosos pederastas, venía desarrollando la iglesia con una tibieza que ahora salta por los aires. Nunca hasta ahora el Vaticano había juzgado un delito de este tipo desde un punto de vista criminal. Prefería aplicar sus códigos disciplinarios internos, que solían ofrecer refugio, olvido e inmunidad diplomática a delincuentes vestidos de púrpura.

Pero este nuevo acto de valentía del renovador Francisco es también una advertencia al ala más retrógrada de la estructura eclesial que intenta torpedear la gestión papal de forma cada vez más evidente. Ahora, pocos días antes del sínodo de los obispos para la familia, cinco cardenales de peso en la Curia han editado un libro donde deslegitiman la doctrina aperturista del Papa en algunos aspectos pastorales. Otras voces críticas pueden dejarse oír en esta cumbre que, tanto de puertas afuera como intramuros, se ha convertido en un nuevo desafío para los aires renovadores del Pontífice argentino.