Los pueblos viejos y de carácter híspido como el español suelen mostrarse poco ocasionados al reconocimiento y gratitud. En ciertos pasajes de su largo recorrido el catalán no ha constituido excepción alguna a esta generalizada pauta. Tanto con sus hijos como con los nacidos en la Península pero al sur del gran río Ebro.

Hodiernamente cuando se habla por doquier y, a las veces, un poco a tontas y locas de la desafección de las restantes sociedades españolas por la catalana, se omite el oprobioso silencio que en ésta reina respecto de personalidades diversas y algunas cimeras de la vida hispana del siglo XX distinguidos por su honda, entrañada, ilimitada simpatía por el pasado y presente, por la geografía y gentes del Principado. Para evitar cualquier intento de confeccionar un dossier de agravios, en todo momento inoportuno e injusto, o una lista de olvidados y preteridos pese a sus servicios y amor profundo por Catalunya , es patente que de la guerra civil a acá fueron numerosos los españoles prestigiosos en los diversas ramas de su quehacer y actividad que contrajeron un compromiso de afecto y comprensión por el relevante papel representado en todo tiempo por su rica sociedad en la construcción de la nacionalidad hispana. Pedro Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, Jesús Pabón, Antonio Gallego Morell, Javier Zubiri, Ramón Carande, Antonio Fontán Pérez, Miguel Delibes, Francisco Elías de Tejada, Carlos Seco Serrano, José María Jover Zamora, J. Antonio Maravall Casesnoves, José María Lacarra, et caetera, et caetera , rompieron toda suerte de lanzas en las aventuras de su oficio intelectual --insólitamente pacífico en el antiguo solar de los celtíberos-- por defender los fueros y derechos de Catalunya, allegados en una andadura histórica en verdad encomiable y, muchas veces, singular por su originalidad y fuerza creadora.

En el artículo precedente de la serie en que éste se alinea se glosaba el protagonismo descollante representado política e intelectualmente por el onubense Florentino Pérez-Embid en un estadio crucial del itinerario reciente de Catalunya, cuando el franquismo abandonaba su estadio primitivo y primario y recibía la "legitimidad" internacional. El valor y significado de la abierta postura catalanófila del referido andaluz provienen más que de sí misma, de su "kairos", de la coyuntura temporal en que se desplegara con parigual vigor y autenticidad. Poseyendo siempre la política en nuestro país un plus de trascendencia social y mediática, resulta a la fecha de difícil comprensión el olvido en que cayó su limpio empeño en las elites catalanas de las más reciente contemporaneidad a la hora de una placa institucional o una intitulación callejera, que trajese a la memoria de las jóvenes generaciones que no todo fue pleito, recelo o rencor en las relaciones de su comunidad con las restantes de una de las naciones que forjaron a occidente, tajamar invariable de los grandes descubrimientos y logros de la Humanidad.

La desafección de España por su más preciado activo actual se encuentra de ordinario desmentida por hechos de cegadora patencia. A la vista de tan injusta y recurrente afirmación, se esboza en nuestros días, y desventuradamente, en porciones sensibles de la colectividad nacional actitudes de reluctancia e irritación, cuyos efectos, al margen de la licitud de su origen, no pueden ser más que nocivos cara a la deseable y fecunda convivencia de los habitantes de una España que, contemporáneamente, acaso no ha sido cantada con mayor vibración e intensidad que por los poetas que escribieron en la lengua de Auxias March y Mosén Cinto. Un siglo más tarde de la Oda A España de Maragall, ¿podrá desoírse el mensaje estremecido de su noble espíritu, apasionado de la identidad española, forjada día a día a través de los siglos por incontables gentes de buena voluntad e inembridable afán de superación colectiva e individual? La respuesta quizá no tarde en saberse.

* Catedrático