Cuando producen escándalo y sonrojo las portadas de los noticiarios, cuando parece que poco o nada hay que celebrar entre las estadísticas del desastre y la desvergüenza de los rufianes, mientras la ciudad se maquilla de unas luces que descubren y evidencian los escenarios de nuestras carencias y reflejan aún más nuestras sombras; por aquello de la retórica del calendario llega el día de la Constitución como cínica paradoja fiel a su cita, para hablarnos de derechos y libertades.

Necesitaríamos que nuestra Carta Magna recogiese hoy más que nunca las premisas de aquellas primeras declaraciones de derechos. En el bicentenario conmemorativo de la Constitución de 1812 releemos con añoranza el mandato de su artículo 13 cuando establecía que la obligación del Gobierno era la felicidad de la Nación. Cuán lejos estamos de ese derecho a la búsqueda de la felicidad, que también proclamase el 4 de julio la Declaración de Independencia de Thomas Jefferson allá por 1776. Y es que no hay democracia, ni Estado del bienestar que valga, si no reivindicamos este derecho aletargado pero fundamental a la felicidad y la alegría, que se ha convertido en un artículo de primera necesidad, tan urgente como el agua o el aire. Como escribe Eduardo Galeano, nadie nos va a regalar este derecho de todos. Es preciso pelearlo: contra el propio miedo, el miedo a romper la costumbre de la pena, y contra los administradores de la tristeza nacional, que le sacan el jugo y venden las lágrimas...

Por encima de las previsiones, más allá de los agoreros, como clamaba otro uruguayo universal nacido en las chabolas de la miseria, y que todos conocimos como Mario Benedetti, debemos defender la alegría como una trinchera/defenderla del escándalo y la rutina/de la miseria y los miserables/de las ausencias transitorias/ y las definitivas. Defender la alegría como un principio/defenderla del pasmo y las pesadillas/de los neutrales y de los neutrones/de las dulces infamias/y los graves diagnósticos. Defender la alegría como una bandera/defenderla del rayo y la melancolía/de los ingenuos y de los canallas/de la retórica y los paros cardiacos/de las endemias y las academias. Defender la alegría como una certeza y un destino. Porque, siguiendo al poeta, creemos en la gente y venceremos la derrota, porque llueve sobre el surco y somos militantes de la vida.

* Abogado