Al llegar a Tarifa, Motril, Almería se convierten en negros cimarrones que han, por fin, alcanzado la libertad. Los observo en su soledad parpadeando, despertando de una muerte secular. Desembarcan, encerrados en mantas rojas, taciturnos, diferentes, ausentes del mar, como si hubieran dejado en África su alma. Creen haber llegado al País de la Libertad. Miran sin ninguna curiosidad, porque esa libertad es asunto antiguo para ellos, la han conquistado haciendo su personal historia. Ya no caminarán más como esclavos de guerras entre tribus o entre hermanos. Toda la noche en el mar había estado teñida de amenazas y al desembarcar el alba se teñía de su valiente gloria. Son gentes de oscura piel que han subido a orillas del cielo de España para poder conciliar su mundo con su esperanza. Vienen de dibujar con sus pasos una vida errante desde la geografía de su propio país, intolerantes ante el miedo y la miseria. ¿Vienen de una tierra sin Dios a una tierra de nadie?

¿Dónde se instalarán? ¿Del lado del frío, del lado del viento, ellos que vienen del lado del agua? En principio buscarán un lugar del lado del aire, se casarán con la lluvia, con el sol hasta construir su cabaña. ¿En qué ladera, en qué barrio de ciudad? Hasta que encuentren un lugar donde vivir sólo vigilarán la luna, en espera de que su fase creciente les haga todo bien.

Alcanzada la costa, todo lo tienen por hacer porque ellos son una carga de posibilidades sobre sus espaldas. Su mundo está por plantar.

Son valientes y deben ser sabios con ese saber de supervivencia; porque sin ese saber y valentía habrían quedado como tullidos en aquellas tierras.

¿Cómo van a vivir en España? ¿Siguiendo las estaciones concedidas a su tierra de acogida? ¿Cómo vivirán esta cuaresma ellos que no ambicionan ayunar en sus propias tierras?

Ahora están libres pero pronto apuntará hacia ellos el resabio de una nueva miseria, amargura de una tierra sin promesas, que arruinará sus paciencias. El cielo sólo será para ellos como una tapadera. Quizás oigan sus tambores tan lejanos pero ahora sin cascabeles.

¿Cuándo sonarán cascabeles para estos inmigrantes subsaharianos?

Vienen a echar raíces o partir hacía Francia en busca de un destino; supervivientes del desierto y de los embates del mar traen imaginarias epidemias. Desembarcan y caminan llenos de miserias y esperanzas.

Tienen despertares de cansancio, no comprenden sus trayectorias ni la utilidad de sus itinerarios.

Algunos llegan a Córdoba donde en muchos barrios sobreviven de la memoria. Córdoba es puerto de amarre de sus desgracias y de sus esperanzas de libertad traídas desde más allá del Sahara. Pero no serán como las de los rumanos romaní que recogen gangas: cajones para taponar chozas, cartones para apilar y vender, viejos sombreros, clavos herrumbrosos, materiales desportillados.

Córdoba para estos inmigrantes es sacudida y vigor, mezcla de sus secretos. Negros y romaníes forman una periferia bullente, enmascarada por la miseria y las cargas oscuras de la Historia. Son el orden provisto en todo desorden y el secreto orden en pleno corazón del desorden.

Observo a estos inmigrantes negros de ojos desolados andar en sus huesos rígidos y en sus pupilas melancólicas e intuyo que en sus memorias suenan rumores de mar que los entristecen. En sus sueños estoy seguro que veneran la lancha neumática que los acercó a nuestras costas.

¿Sagrada libertad tras pisar la tierra firme, otra vez, a la que tienen que enfrentarse?

* Catedrático emérito de la UCO