Susana Díaz ha soplado su primera vela en el Palacio de San Telmo. No manejo la gramática del euskera, así que desconozco el femenino de lehendakari. Tampoco ha existido una muy Honorable en la Presidencia catalana, aunque Carme Forcadell, cuyo apellido evoca un guiso de pescado, apunta maneras como la más robespieriana entre los candidatos a enfundarse el fajín de ese falaz Estado. En cualquier caso, nosotros los andaluces, tan retrasaditos a ojos de muchos estereotipos norteños, hemos copiado en el traje chaqueta y en el género al modelo alemán, que al menos ya es algo.

Hubo un momento, a principios de este verano, en el que la señora Díaz casi se convierte en un trasunto de La vida de Brian , con las huestes socialistas adorando a esa réplica de Salvador. Bueno, casi mejor Salvaora, aunque ello contornee con Manolo Caracol y las reminiscencias machistas de la copla. Pero la Presidenta jugó al Stratego y apuntó a hacerse fuerte en su feudo andaluz. Un referente y oráculo al que necesariamente Pedro Bello debería consultar.

El cumpleaños feliz le ha sentado bien a doña Susana. De hecho, nos ha engolosinado con unos titulares que no tienen desperdicio. Se ha proclamado roja y decente, cuyo comentario de texto daría mucho más que una pregunta de desarrollo en un examen de selectividad. Inevitablemente hay que apelar a la casta Susana, porque en este país la decencia de las mujeres ha sido sacrosanta, no estando precisamente entroncada con asuntos mercantiles, sino con esa doble llave que no cerraba el sepulcro del Cid, sino el cinturón de castidad. La decente recupera la sabihondez de Miguel Mihura, con esa obrita en la que la mujer tomaba la iniciativa e insinuaba que el camino más expeditivo para sortear los cuernos era la viudez.

Decente, y encima roja, para lúcidamente conectarse con las trasquiladas que se jarabeaban el ricino de los vencedores y paseaban por los umbríos corredores de esas cárceles la dignidad de una utopía cuarteada. Para remate, el órdago de la contundencia. Escrito está, pues dijo "quien la hace, la paga". Obviamente, en estos tiempos de escepticismo máximo, cuando surgió en el mitin esa altisonancia, no soplaron en el auditorio las brisas ardientes de la ley mosaica. Más bien se parangonaba a ese anuncio de seguros de coches en los que el cielo y el infierno se convierten en el acierto o el error, con el subsiguiente castigo de una jaimitada. En fin, algo es algo, porque ante tanta concatenación de chorizadas lo primero que debe asumirse es que la querencia hacia la generalización no convierte lo malo en bueno, ni atenúa ni exime los delitos y las faltas.

Lo malo de la decencia, que aún levanta risitas entre los más cínicos, es que es chiquita pero matona, pues no admite dobleces. No vale decir que Susana Díaz quiere hacerse decente. Es que imperiosamente tiene que serlo.

* Abogado