Cuando el carnet de identidad mantenía un espacio para consignar la profesión, la mujer sin oficio asalariado que estaba dedicada a las tareas domésticas indicaba "sus labores". Una mujer dedicada a "sus labores" pa-recía que estaba desocupada y la población empleada la miraba incluso despectivamente, como pensando que era una persona improductiva. Todavía hoy, cuando a una mujer tradicional se le pregunta si trabaja suele responder que no si solo se dedica a la casa. Perversiones del lenguaje. Como si llevar la casa no fuese trabajar. Sería más preciso responder que no trabaja como asalariada, pero sí en la casa, en "sus labores".

La noble profesión de ama de casa, gobernadora del hogar, es la más hermosa y a la vez la menos comprendida, pues no se la considera trabajadora en el sentido laboral del término. Sin embargo es el trabajo más duro y sacrificado que existe, pues carece de horario, días libres, vacaciones, jubilación, retribución, pensión y todos los derechos laborales conquistados por los asalariados. Aunque los pormenores de su tarea varíen ligeramente según las circunstancias familiares, el ama de casa tradicional dedicada a "su labores" es la primera en levantarse y asearse antes de preparar el desayuno; despierta, asea y viste a los hijos cuando aún no tienen edad de hacerlo; tiene a punto la ropa limpia y planchada de la familia; hace las camas; lleva a los niños el cole si son pequeños; sale a comprar y compara precios para ahorrar; prepara la comida, equilibrada y variada cada día; recoge la ropa sucia, pone la lavadora y la tiende al sol; la plancha más tarde, tras recogerla del tendedero; ordena y limpia la casa; administra el presupuesto doméstico haciendo equilibrios para llegar a fin de mes; si los hijos ya son adolescentes se convierte en su mejor consejera; vigila los estudios y los deberes escolares, uf.

Y cuando en la sobremesa se sienta en el salón para disfrutar de un breve descanso, pone un ojo en la tele y otro en la costura, pues siempre tiene prendas que arreglar, botones que fijar, calcetines que zurcir u ovillos que tricotar. Luego prepara la merienda y más tarde la cena; recoge la mesa y coloca platos y cubiertos en el lavavajillas; tras acostar a los niños busca un hueco en la noche para ojear el periódico, leer un libro o escuchar música relajante, que buena falta le hace. Y es la última en acostarse, tras regar las macetas, poner en remojo los garbanzos para el cocido y tapar a los niños. Todas estas labores cotidianas se complican con tareas extraordinarias cuando hay que cambiar casa y vestuario para el verano o el invierno, con el consiguiente trasiego; cuando hay que adornar la casa por Navidad, o cuando oficia de anfitriona en cumpleaños y onomásticas. Si además hay que cuidar a la abuela sacará tiempo para atenderla y regalarle su compañía.

Así que no es raro que cuando la mujer rebasa los sesenta, o incluso antes, tan continuado esfuerzo, prolongado a esas alturas de la vida con atenciones a los nietos, empiece a pasar factura a su salud en forma de dolores óseos que presagian artrosis y otros males propios de un organismo castigado por penosas tareas que carecen incluso de reconocimiento social. Y es que la familia está tan acostumbrada a tenerlo siempre todo a punto, gracias a una esposa y madre dedicada vocacionalmente a "sus labores", sin perder la sonrisa ni el espíritu animoso, que no aprecia su trabajo, como no se aprecia el aire que respiramos.

Ahora que se habla de extender títulos de FP a trabajadores que acrediten determinada antigüedad y experiencia en su especialidad, reivindico para el ama de casa, de profesión "sus labores", que se le otorgue no un título de FP sino la licenciatura en Ciencias del Hogar, cursada con aprovechamiento y abnegación en la universidad de la vida durante veinte, treinta, cuarenta años... y los que queden. Que se reconozca socialmente su trabajo y que, si tiene la desgracia de enviudar, no se la castigue con la mitad de la pensión del marido. Y sobre todo, reivindico respeto para su papel, de manera que nunca más ninguna mujer "liberada" le espete en tono humillante: "Ah, pero tú ¿no trabajas?".

*Periodista