Los dioses han hecho coincidir en el timeline las calificaciones fiscales del caso Palau con el descubrimiento de una nueva cuenta de Bárcenas en Suiza con otros 25 millones de euros. Concluye el fiscal que Millet se embolsó hasta 7 millones de euros. En total desaparecieron más de 18 millones, de los que hasta 6,6 pudieron acabar alimentando las arcas de Convergència Democràtica. Si aplicamos el baremo, al PP le habrían llegado vía Bárcenas al menos 40 millones de euros para repartir en sobres de color marrón entre su junta directiva. Todo apunta a que Bárcenas y Millet podrían ser dos de los cobradores del frac más destacados y longevos del peculiar sistema de financiación de los partidos políticos que se forjó en la transición española. Serían el eslabón perdido, los que reciben dinero que no se puede preguntar de dónde viene y que por tanto lo hurtan pensando que nadie se atreverá a preguntarles a dónde va. Un mal necesario como lo fue en su momento Carlos van Schouwen en el famoso caso Filesa . Una carcoma que ha ido perforando las bases de nuestra democracia hasta dejarla a los pies de los leones del populismo. Nos movemos entre el clásico "todos son iguales" cimentado en la impunidad que recubre este tipo de prácticas, y las apelaciones a los miles de políticos que hacen su trabajo sin robar. Ambas cosas son ciertas. Hay cientos de miles que lo hacen sin robar, pero las estructuras que los seleccionan y que los encumbran al poder están contaminadas por esos sistemas de financiación. Bárcenas es un funcionario del PP que jamás ha tenido otro oficio ni otro beneficio. Su fortuna, legal o ilegal, solo puede venir de actividades relacionadas con ese partido. Más o menos como Millet, que ofreció a CDC el paraguas de su ilustre apellido y del templo catalanista que dirigía para hacer el trueque. Los mismos perros con distintos collares.