Es signo de los tiempos que un multimillonario que labró su fortuna en el sector inmobiliario y vive en una gran torre en el corazón de Manhattan haya logrado erigirse en el paladín de los que se sienten castigados por la globalización. Pero es justamente a esa «gente olvidada» a quien ayer Donald Trump hizo referencia en su discurso en el Foro de Davos, epicentro de la relación entre el poder político y económico internacional, que se dan cita en la localidad suiza para debatir sobre las tendencias globales. Trump ha sido la gran estrella de la edición de este año, el primer presidente estadounidenses en acudir a Davos desde el 2000 y el autor de un discurso en el que ha advertido a los líderes mundiales de que «cuando la gente es olvidada el mundo se fractura». Reafirmó su idea de «América, primero», aunque eso «no quiere decir América sola», puntualizó. Solo que sí lo significa, como los recientes aranceles impuestos a las placas solares y las lavadoras demuestran. El proteccionismo populista de Trump se nutre de un malestar con una base cierta, que es que el proceso de globalización de la economía y del comercio tiene consecuencias negativas, por ejemplo con la deslocalización y la competencia desleal de economías menos garantistas con los derechos de los trabajadores que los países occidentales. Pero lo que es un sarcasmo es que sea precisamente Estados Unidos, y en concreto un presidente especialista en especulación inmobiliaria, quien tome la bandera de los «derrotados» de la globalización. Trump aprovecha el lado oscuro de la globalización para impulsar un proteccionismo populista que hunde sus raíces en su concepto supremacista de la sociedad y las relaciones internacionales. Hay mucho que hacer para mejorar las relaciones comerciales, pero así se lastrará el desarrollo económico. Y pagarán la factura los más débiles, no los magnates inmobiliarios.