Suele decirse que todo lo que va, vuelve. Que el esfuerzo que uno dedica a un trabajo es recompensado, que el amor y la amistad verdaderos tarde o temprano terminan siendo correspondidos; o que la ayuda que se ha prestado será algún día valorada. Como seres sociales, necesitamos creer en ello porque la vida humana se organiza en sobre una lógica de intercambio recíproco.

Pero los investigadores sabemos que esto no siempre se cumple y que no todo lo que se invierte se recupera. La comunidad científica a menudo se topa con resultados negativos y, en otras ocasiones, ha de afrontar que los hallazgos positivos queden relegados al olvido. Por muchas causas. A veces porque lo encontrado se sale de la norma y es difícil de entender, otras porque la falta de apoyo impide seguir adelante y recoger los frutos de lo conseguido. Sin embargo, las frustraciones fruto de esos reveses se disipan de inmediato cuando deviene el ansiado éxito, aunque los procesos son siempre más lentos y complejos de lo que desearíamos.

Los investigadores somos profesionales con una gran vocación y disfrutamos de lo que hacemos día a día, porque entendemos que el esfuerzo de hoy podrá ser clave en el futuro. Y es que estamos convencidos de que el fruto será mejorar el tratamiento o el diagnóstico de una enfermedad, es decir mejorar la vida de las personas. Sin embargo, ese tesón y fortaleza no serían suficientes de forma individual. No podrían vencer al desaliento ni perdurar en el tiempo si no fuese porque percibimos que la sociedad valora lo que hacemos, nos anima a seguir luchando y, lo más importante, nos reclama como motor clave de su desarrollo. Y eso lo agradecemos inmensamente porque como seres humanos vulnerables, necesitamos el apoyo de nuestro entorno.

Esto es especialmente cierto cuando vivimos momentos y situaciones en las que se rompe la norma que rige ese viaje de ida y vuelta, de dar y recibir. A veces nos encontramos con personas intrínsecamente generosas que, sin esperar reciprocidad, marcan un nuevo camino y nos dicen hacia donde tenemos que avanzar. En el Imibic hemos tenido la suerte de conocer de primera mano un ejemplo de ello, una expresión de calor y empuje venido de las raíces de nuestro pueblo, que nos ha demostrado la fuerza latente en la gente de Córdoba. Mayca Parias Muñoz, mujer con poderío y con una fuerza mental incomparable, que desde Baena llegó de la mano de uno de nuestros más preciados investigadores, Juan de la Haba, oncólogo del Hospital Reina Sofía y uno de los ejemplos de ilusión en el trabajo, para superar esa enfermedad que tanto daño nos causa: el cáncer.

Mayca, en su libro El cáncer me despertó , señaló el camino de la esperanza a las personas que a diario se enfrentan a esta enfermedad y trabajó en su desmitificación. Pero no se conformó con ello sino que, creyendo en la investigación, se trasformó en un símbolo para esos descreídos de la ciencia que tanto daño nos hacen en lugares de decisión. Y es que ella quiso que los beneficios de su libro fueran para ese colectivo de investigadores que desde el Imibic hacen lo que ella: dar más de lo que reciben.

Con su ejemplo, Mayca nos recordó que no trabajamos solos. Que fuera de las cuatro paredes de un laboratorio hay personas que creen en la importancia de lo que hacemos, que el ida y vuelta, el doy y recibo, es una filosofía cicatera y pobre. Con Mayca se quebró ese pacto tácito de intercambio social recíproco, ese dar con la esperanza del rápido retorno. Su generosidad estaba por encima de eso. Hoy con estas líneas, de todo corazón, los investigadores, el personal de gestión y todo el que cree en el Imibic desea agradecerle su ejemplo. Fue pionera en generosidad y ha marcado un camino que muchos podrán recorrer teniéndola en su recuerdo. Muchas gracias Mayca, en nombre de todos nosotros.

* Director Científico del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic)