Hoy comienza en París la 21 Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático. Durante dos semanas se intentará conseguir unos acuerdos que sean algo más que bellas palabras para poner freno al deterioro del clima global. Hace ya 23 años que empezaron las cumbres para tratar de contener un proceso que entonces parecía aún incierto, y se cumplen casi dos décadas del Protocolo de Kioto, tal vez las primeras palabras que el gran público asoció a la envergadura mundial del problema medioambiental. Hoy son menos los políticos y grandes dirigentes mundiales que dudan de que la Tierra está experimentando un proceso de degradación medioambiental que, de no ser detenido, pondrá en cuestión la supervivencia del planeta o, como mínimo, el bienestar de las futuras generaciones. Entre otras cuestiones, se ha logrado establecer que hay que lograr que a finales de este siglo el calentamiento global no sea superior a dos grados centígrados. Pasar de ahí agravará fenómenos como el deshielo de los polos y las crecidas de los niveles marinos o la desertización de amplias zonas. En París podremos escuchar otra vez buenas palabras, pero si en estas dos semanas los casi dos centenares de estados representados no llegan a acuerdos tangibles y verificables, entraremos en una fase muy preocupante. Contener el calentamiento global significa empezar a no depender de forma prioritaria de las energías fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas, con las consiguientes emisiones de CO2 que generan. Eso supone un cambio económico espectacular que afecta a la redistribución de la riqueza mundial. Y a la vez ha de implicar la solidaridad de los países más ricos para ayudar a cambiar los sistemas productivos de los emergentes aún más dependientes de esas energías (una operación calculada en más de 100.000 millones de euros, a aportar de nuestros presupuestos). La tarea es ingente, pero nos va en ello el futuro del planeta. Estamos avisados.