Nuestra mente limitada solo puede captar una parte de la realidad que nos rodea: «En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, sino solo del color del cristal con que se mira», como dice nuestro sabio refrán. Y ese «color», ese prejuicio, llamémosle condicionamiento, es precisamente nuestra heredada cultura, religiosa, política, histórica o emocional, enfocando todas las cuestiones importantes de nuestra vida de una forma determinada. Quizás por eso, hay que comprenderlo, haya tantas maneras de resolverlo según las particulares circunstancias de cada uno. Siendo conscientes de ello, seremos más objetivos, más justos. Podemos estar de acuerdo, también, en que la ciencia, el conocer, nos hace más agradecidos a la realidad de nuestra maravillosa vida. Está en perenne desarrollo. Son las leyes de la evolución de nuestra Madre Naturaleza, y cuenta tanto para la vida animal como para la vida humana. Por ello, es posible que la cultura religiosa en la que mayoritariamente vivimos la mayoría de los españoles, la Iglesia Católica, necesite un urgente aggiornamento. ¿No le estaremos quitando a Dios el protagonismo que merece? ¿No estará deseando Él tener una relación más intensa con sus hijos, para demostrarnos su inmenso amor, su entrañable cariño, sin necesidad de tantos intermediarios, de tanta sensiblería? ¿No estaremos dando más importancia a la «literalidad» del Evangelio que a su verdadero valor, a su mensaje, haciéndolo «vida» para que podamos amar, ayudar y servir mejor a nuestros semejantes?