D e las innumerables declaraciones y acusaciones cruzadas entre los dirigentes del PSOE, dos me han llamado poderosamente la atención. Ambas provienen de confidencias. La primera y más grave, acaso la señal de rebelión contra Pedro Sánchez, proviene de Felipe González, quien se sintió engañado porque Sánchez le dijo que pensaba votar contra la investidura de Rajoy en primera instancia y, en la segunda votación, abstenerse. González no es un hombre que mienta y Sánchez pudo cambiar de opinión, siguiendo las directrices del Comité Federal. Las fechas concuerdan. Por demás, este cambio lo puede entender González, quien en un momento histórico pasó de proponer el No a la OTAN a hacer campaña a favor del Sí. Que no le guste es otra cosa. El expresidente González fue el primero que demandó una Gran Coalición PP-PSOE en aras del salvar el bipartidismo. La abstención era el mal menor.

Y es que González está en los orígenes del problema que arrastra el PSOE actual, hasta la situación de crisis que se ha vivido a lo largo de esta semana. Porque el PSOE no pudo colaborar en el acuerdo entre capital y trabajo que dio lugar al Estado del Bienestar tras la II Guerra Mundial. Y no pudo, no porque las raíces del PSOE no fueran de izquierdas, sino a causa de la dictadura franquista y, cuando llegó al poder en 1982 de la mano de González, la socialdemocracia europea ya había comenzado a ser asaltada por el neoliberalismo y a recular. González entró en esa dinámica de derrota que nadie ha expresado de manera más concisa que el multimillonario Warren Buffett: «Ha habido una lucha de clases y mi clase ha ganado». Fue González quien, realista y posibilista, se desprendió del marxismo y se unió a una UE que ya se había apartado de sus ideales. Todos somos hijos de nuestra época. Pero esta colaboración lastra hoy a la socialdemocracia como alternativa política al neoliberalismo, y no solo en España.

La segunda confidencia desvelada es la que ha proporcionado a la Cadena Ser José Rodríguez de la Borbolla, expresidente de la Junta de Andalucía, al afirmar saber de buena tinta que los de Sánchez esperaban que, en las elecciones al País Vasco, lo votos hicieran que el PNV se aliara con PP para formar gobierno en la nación, y santas pascuas. O eso creí oír. («Santas Pascuas» lo digo yo). El señor Borbolla no es un hombre que mienta y, la estrategia de Sánchez de dilatar un compromiso formal de cambio, repetidamente reclamado por Podemos, cuadra. Añadamos la singularidad española del problema territorial, que vuelve a saltar las costuras de su unidad al no entenderse que, como dijo Ortega y Gasset en España invertebrada, no basta para vivir de la resonancia del pasado, y mucho menos para convivir… pues «una nación es un plebiscito cotidiano.»

Los demás sucesos ocurridos en Ferraz, el grado de legitimidad de sus órganos rectores, la interpretación de sus Estatutos y Normas es un rifirrafe jurídico y político que ha llenado de voces el PSOE buscando «una sola voz» y que solo los socialistas pueden solventar. Pero, tan asombrado y entristecido como el que más, se me ha ocurrido preguntarle a mi amiga la verdulera, que tiene sentío y es sintética en sus análisis, qué ha hecho Pedro Sánchez para merecer tan brutal oposición. Y su respuesta fue: «Negarse a abstenerse en la investidura de Rajoy y no definir en tiempo y forma a sus aliados». H

* Comentarista político