Las proyecciones demográficas nos sitúan, con datos meridianamente claros, ante un futuro en el que los países ricos estarán habitados por una masa de ancianos en pirámides de población invertidas en las que los niños serán escasos sujetos de lujo destinados a cargar sobre sus espaldas con el insoportable peso del sistema. Solo hay que salir a la calle, en Córdoba, y darse un paseo para ver cómo decrecen esas turbas infantiles que alegraban la vida en las últimas décadas del siglo XX, como si el euro hubiera inyectado una mezcla de egoísmo y escasez económica --aquellas parejas del boom del ladrillo que no se casaban hasta que no tenían comprada la última alfombra-- que con el mazazo de la crisis se convirtió en la simple y trágica imposibilidad de tener hijos. Solo los muy pobres y muy acomodados se lanzan hoy a la familia numerosa, y el resultado es que la tasa de relevo generacional ya no se alcanza.

Hay muchos estudios al respecto. Lo que no sabemos es si los gobiernos están haciendo las tareas y preparándose para lo que llega. Un mundo de sillas de ruedas y de personas dependientes, salvo que el devenir de la historia resuelva mediante alguna epidemia, alguna guerra o la invasión de Europa por hordas hambrientas como las que asaltaron el imperio romano, y vuelva a equilibrarse el planeta azul a costa de la destrucción de millones de personas, del retroceso científico y de la desaparición del mundo civilizado que conocemos. Quien sabe. Y todo ello si esos peligrosos personajes de opereta que lideran el escenario mundial no se encargan de acelerar el proceso por la vía nuclear.

Ese futuro envejecido, de darse, no puede estar basado en el encierro de ancianos en centros «de la tercera edad» o en la atención permanente en el domicilio a cargo de cuidadoras --familiares o contratadas, casi todas son mujeres-- condenadas a no pisar la calle ni disfrutar de más de dos horas seguidas de descanso, no digamos de libertad. Una vida enloquecedora de soledad y servicio permanente con muy poca alegría. Debería estar pensado para conseguir que los mayores puedan vivir en sus casas el máximo tiempo posible, y allí recibir la atención de personas que entren y salgan y les ayuden con el aseo, la comida, el control de la medicación, el acompañamiento... Una forma de enfocarlo es vivir en apartamentos con servicios comunes, parecido a los ya existentes en Córdoba, en la calle Sama Naharro, y los 113 nuevos que la empresa municipal Vimcorsa quiere edificar para el 2020. Poca oferta e inmensa demanda invitan a las instituciones a diseñar estrategias para hacer sostenibles económicamente iniciativas como esta, que apuntan ya a las necesidades tanto actuales como del implacable futuro.