El próximo jueves, 15 de junio, se cumplirán cuarenta años desde que los ciudadanos españoles acudimos a las urnas por primera vez desde el 16 de febrero de 1936 (cuando triunfó el Frente Popular). Antes de las elecciones, en diciembre de 1976, se había celebrado el referéndum por el cual se aprobó la Ley para la Reforma Política, cuyo contenido establecía un sistema parlamentario con las características en cuanto al procedimiento de elección y de configuración que todavía hoy se mantiene, a excepción de que no hay cuarenta senadores designados por el monarca y sí existe un conjunto de ellos elegidos por los correspondientes parlamentos autonómicos. Aquel día voté en un edificio municipal de Cabra donde en la actualidad también se halla el colegio electoral que me corresponde desde que he vuelto a residir en mi localidad natal.

Ese año era mi último curso en la Facultad, por tanto pasé la campaña electoral en Sevilla, además tuve la oportunidad de visitar varios pueblos porque en aquel momento apoyé la candidatura de un partido de izquierdas que no había sido legalizado pero que contaba con cierta implantación en algunas zonas. Lo que más me llamó la atención era el interés con el que la gente de los pueblos acudía a los mítines, parecía como si tuvieran ganas de escuchar determinadas cosas, en realidad pienso que solo deseaban respirar un ambiente de libertad. Por otro lado, en la capital andaluza tuve ocasión de acudir a actos electorales de casi todos los partidos, por curiosidad, si bien no me atreví a entrar en el de Fuerza Nueva, puesto que era en un cine, un local cerrado, y la actitud de los que vi en la puerta de entrada no me merecía confianza, sobre todo porque eran momentos en que las agresiones de la extrema derecha estaban a la orden del día. Cuando rememoro aquellos años de la Transición, me doy cuenta de cuánto aprendimos en muy poco tiempo, basta con ojear las revistas de aquella época y ver la cantidad de información que ofrecían sobre nuestra historia, sobre el significado de la democracia, acerca de los sistemas electorales o los modelos constitucionales. Fueron tiempos de incertidumbre, pero también de ganas de comprender cuanto nos rodeaba, de formarnos como ciudadanos. Había que explicar la diferencia entre un sistema proporcional (por el que se iba a elegir a los diputados) y uno mayoritario (el establecido para los senadores), así como las ventajas e inconvenientes de cada uno de ellos. El sistema electoral establecido era diferente al que habíamos tenido a lo largo del siglo XIX y parte del XX, ni siquiera coincidía con el de la II República.

Insisto en que el deseo de aprender, aunque con la finalidad de mantener posiciones críticas, fue la tendencia predominante entre un sector amplio de la ciudadanía, quizás por eso la cifra de participación aquel 15 de junio fue elevada, por encima del 78%, lo cual contrasta con la actitud hacia la política del momento presente, traducida en una participación que en las últimas elecciones de 2016 no llegó al 70%. Y por último, en cuanto al resultado, para muchos jóvenes fue una decepción que la mayoría de los votantes no se inclinara por la izquierda, en la que el PC obtuvo una representación inferior a cuanto había significado su lucha contra la dictadura, pero estaba en niveles similares a otros partidos comunistas en Europa, como han explicado Carme Molinero y Pere Ysàs en su libro De la hegemonía a la autodestrucción. El Partido Comunista de España (1956-1982), y que quizás debería leer Alberto Garzón antes de criticar la posición de su partido en la Transición democrática. Cuarenta años después conviene mantener la ilusión de la participación, unida a la exigencia a las fuerzas políticas para que empujen a los ciudadanos a no dejar de aprender, como en 1977.

* Historiador