Como arqueólogo, reconozco a la buena literatura la capacidad añadida de devolver vida a todo lo «muerto» que incorporan un yacimiento, un documento material o un legajo histórico, de reconstruir lo que ellos no están en condiciones de darnos revistiéndolos de músculos, piel y sentimientos; justo lo que hace Desiderio Vaquerizo en su novela Inés de Herrera. La niña profeta, apoyado en su doble condición de profesional de la arqueología y escritor. Buen conocedor del universo femenino, tan meditado, que ya abordó en anteriores obras, lo lleva en esta ocasión a un pasado relativamente reciente, de hace cinco siglos, con una trama basada en hechos reales ocurridos en Herrera del Duque, un lugar que para el resto del mundo parece quedar muy lejos, allá en la Siberia Extremeña, pero que en realidad ocupa el centro geográfico de la Península Ibérica; es decir, está donde tiene que estar. De hecho, aun cuando Córdoba también aparece, los dos escenarios principales de los hechos son Toledo y Herrera, si bien el autor no se ahoga en la descripción pormenorizada, que limita a pinceladas y construye con metáforas, y pone el acento en ensalzar la figura de Inés Esteban, una niña judeoconversa que recibe así su redención histórica. Sin embargo, no es una historia de gesta, amable o heroica, sino de tono amargo y perturbador, con un trasfondo de denuncia y una llamada desesperada a la tolerancia, que como buena novela histórica resulta entretenida a la par que formativa, didáctica y edificante.

Quienes conocemos a Desiderio sabemos que es activista convencido en pro de un mundo mejor. Ello le ha llevado a zarandear a los cordobeses para que valoren su patrimonio histórico, o a crear conciencia entre los universitarios para que desarrollen un pensamiento crítico y no se dobleguen ante lo que parece «normal», sin serlo; pues cuando todo se desmorona solo queda la integridad personal. En esa necesidad de comunicar, de convulsionar conciencias, sitúa el autor su relato; una historia de víctimas y de verdugos, de clérigos y de herejes, de lindos y de marranos; pero, sobre todo, una historia de traiciones, de la traición de la gente más próxima, en la que más se confía; y lo que es aún peor, la traición a uno mismo, a los principios morales a cambio de prebendas o beneficios que se saben no merecidos. Por eso, más que histórica la novela se puede considerar intrahistórica, pues devuelve la voz a la gente del pueblo, a la que siempre se le ha negado. Tiene también mucho de ensayo: los hechos se enmarcan de lleno en el fenómeno del milenarismo del año 1500; un momento de cambios, que marca el fin de la Edad Media pero no de la Inquisición. El Santo Tribunal se las ingenió para perpetuarse y hacerse imprescindible en la conformación del nuevo Estado.

La novela tiene cuatro protagonistas. El primero de ellos Inés, de 12 años, víctima de supuestas experiencias paranormales, visiones y trances, que es tratada con mucha ternura y convertida en heroína. El segundo, su padre, Juan Esteban, zapatero, que no esconde ni acalla las revelaciones de la hija aun consciente del peligro al que se exponen; un hombre de fe ciega, que confía plenamente en Inés y acepta la voluntad de Dios hasta sus últimas consecuencias. En tercer lugar el visitador de la Inquisición, Fray Diego Martínez, que se convierte en narrador omnisciente. Sus ojos son los del lector. Comienza lleno de prejuicios, de escepticismo y despego, para acabar enfrentando el despertar de su conciencia. Él, que es parte de la Inquisición, nos mostrará de primera mano el modus operandi de una institución pervertida, obsesionada con la persecución de enemigos ficticios y animada por individuos de gran bajeza moral. Denunciará así los peligros del pensamiento único, del fundamentalismo y el abuso de poder, del cinismo y la hipocresía de los que mandan y hacen lo contrario de lo que predican, de la corrupción en sentido amplio, del miedo a los remordimientos cuando uno, por cobardía, se convierte en cómplice. Actúa así como fiscal y como reo, poniendo el dedo en la llaga de toda una serie de problemas hoy de plena actualidad. Por último, en un efecto especular con relación a Inés, destaca su padre, D. Alonso de Sotomayor, señor de Herrera. Con él la trama adquiere un sentido más íntimo y le sirve a Fray Diego de coartada para desnudar su alma y sus sentimientos; algo que sabe hacer muy bien Desiderio. Se trata de una novela que atrapa; de esas que estás deseando retomar para avanzar en la intriga; pero también una novela que emociona y conmueve, plenamente recomendable. Léanla, y si pueden acudan a la versión teatral que los mismos vecinos de Herrera representarán los días 4 y 5 de agosto. Ni la una ni la otra les defraudarán.

* Arqueólogo (Mérida)