Estamos en un nuevo tiempo de la política en el que se hace preciso el razonamiento para caminar sin mayorías absolutas en un espacio donde ha entrado otra historia. Una nueva transición seguro que distinta de aquella en la que la droga y el Sida mermaron las buenas compañías. Este nuevo tiempo político se sostiene sobre el mal ejemplo dado por gobernantes cuya mayor experiencia ha sido la de cazar dinero y estatus social de altura. Por eso comenzamos a otear en un horizonte en el que uno de sus primeros mensajes, la victoria de Donald Trump, anuncia que estamos en una especie de apocalipsis donde se ha terminado la bonhomía y la entrega hacia los más débiles.

Y encima amanece la semana con la muerte de Manoli Corredera, de aquella gente que a los 18 años se metía en las Juventudes Comunistas y en las Comisiones Obreras juveniles porque su ideología comunista le había conducido, sin remedio, hacia el camino donde se podía mejorar la sociedad, sobre todo la más pobre. Teniente de alcalde en la primera Corporación municipal de Julio Anguita, en 1979, también estuvo en la segunda, de 1983 a 1987, cuando se inauguró la actual Casa Consistorial. Pero fue en los ayuntamientos de Pedro López y de Gran Capitán, cuando Anguita mandó tapar el agujero que se hizo para aparcamiento, donde Manoli Corredera, de carácter especial, entre agridulce y razonado, desarrolló sus trabajos como concejala en los que implantó los servicios sociales y enseñó a Córdoba los primeros contenedores de basura, aquellos objetos que privaron a los porteros de comunidades de uno de sus principales objetivos: recoger las bolsas de los desperdicios de cada piso y depositarlas en la acera antes de la llegada del camión. Era el tiempo de la Transición cuyo principal objeto político fue el de enseñar a aquéllos que habían estudiado en la clandestinidad y que se habían licenciado o doctorado en asuntos de vital importancia para una España que acababa de enterrar a su dictador.

En aquella Transición, Manoli Corredera se vino desde Madrid a Córdoba el año 68, cuando en París buscaban playas debajo de los adoquines, y a donde iría unos años después el cordobés Pepe Espaliú, ahora de actualidad por la celebración ayer del Día Mundial del Sida, en el que a los periodistas de Córdoba nos han dado un premio por la destacada implicación informativa en la lucha contra lo que en un momento se llamó la plaga del siglo XX. Tiempos de aquella genuina y legendaria Transición en la que la sociedad creía que el Sida se transmitía por la saliva, por compartir vajilla o por besar, abrazar o estar junto a los enfermos, que vivieron Manoli Corredera y Pepe Espaliú, que ya no están.