Nacemos para el amor y somos un proyecto de amor en las manos de Dios, el Amor con mayúsculas. El hombre mismo, en su esencia más profunda, es un «animal hambriento de amor» y con «capacidad de amar y ser amado». Ahora bien, no siempre vivimos esta llamada. Fray Luis de León comentaba, con una sabiduría propia de los grandes y la sencillez de los pequeños, que “para hacer mal cualquiera es poderoso”, y que nadie es pobre para este menester.

Fray Luis, que experimentó la humillación y el encarcelamiento, la persecución y la calumnia, jamás se quedó fuera de su propia responsabilidad y asumió que en él también había parte de mal que debía ser limado y destruido, romper el hombre viejo del pecado para entrar en la dinámica grandiosa del hombre nuevo de la gracia.

Nos quejamos de la injusticia de los demás pero no vemos las injusticias que ejecutamos en cada momento sin tener el menor reparo. Criticamos sin piedad el palpitar desgarrado de los demás pero no vislumbramos las veces necesarias el hondo mal que está en «nuestros pozos» y en nuestros «propios centros».

Pero bien comprendió Fray Luis, como buen creyente, que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia y que la cruz de Cristo ha asumido todos los males del hombre para transformarlos en oblación agradable a Dios Padre.

No olvides que somos llamados para amar, y que la grandeza de un ser humano se demuestra en el esfuerzo que realiza para luchar contra el mal, que en ocasiones gesta la mayor batalla en su interior, y el creyente siempre está en proceso de conversión para erradicar esa tendencia tan poderosa en su vida cotidiana, porque, como bien dice Fray Luis de León, «para hacer el mal cualquiera es poderoso».