A la corrupción del Partido Popular en Madrid no ha ido unido un Gobierno de Rajoy ineficiente pero sí demasiado prudente al enfrentarse a una moderna guerra civil en Cataluña. La España autonómica había transferido mucho poderío a las autonomías y en la catalana había surgido un poder segregacionista frente al Estado. Ni los gobiernos de Aznar y González fueron capaces de atajar ese creciente sentimiento segregacionista y se apoyaron en Convergencia y Unió para poder gobernar.

Llegó la crisis de 2008 y Rodríguez Zapatero había ofrecido a Cataluña un estatuto con más independencia del Gobierno español y con capacidad bilateral y al mismo nivel de negociación. Cada vez que se rebelaban se les compraba con ofertas de mayor autonomía, dádivas en dinero, como recientemente ha sucedido con el cupo vasco, y honores. Seguían en Cataluña jurando fidelidad a nuestra Constitución hasta que, tras la salida de Artur Mas, Puigdemont dio un asalto al Estado pues ya no se conformaba con dádivas y competencias. No deseaba autonomía sino independencia.

Los españoles hemos seguido pagando sus cuentas a través del Fondo de Liquidez Autonómico. Seguimos leales a la Constitución de 1978 en parte para acabar con los privilegios vascos y la independencia catalana proyectada. Existe en el pueblo español un sentimiento de realismo revolucionario dirigido contra la supremacía de catalanes y vascos porque los independentistas, tras el levantamiento del artículo 155, vuelven con Torra a las andadas.

El motivo de esa rebelión independentista siempre ha sido el mismo: aumentar el poderío y la riqueza de los que mandan a expensas del pueblo de Cataluña importándoles nada las clases desfavorecidas y las que se sienten españolas. El argumento es siempre contra esa España que dicen les roba.

La rebelión estalló el uno de octubre de 2017. Los rebeldes ganaron las elecciones del 21 de diciembre de ese mismo año y se inició otra guerra contra el artículo 155, guardián de la unidad territorial de España. Ahora en 2018, cuando estamos a punto de dejar atrás la crisis económica que dejó a muchos españoles en el desempleo, surge un nuevo Gobierno tras una moción de censura al presidido por Rajoy.

Sánchez surge como pacificador. No aguardará instrucciones y establecerá diálogo con Torra olvidándose del consejo de los viejos y experimentados socialistas. Enviará a Cataluña un predicador de apasionada elocuencia a pedirles que ahorren más horrores y que vuelvan a la obediencia de nuestra Constitución y del Tribunal Constitucional. El emisario de Sánchez les razonará, adulará, ofrecerá más privilegios y les advertirá de las fatales consecuencias de seguir en su empeño independentista.

Nos gustaría que ese emisario fuera una mezcla de Metternich y de Savonarola pero todos sabemos de la debilidad del gobierno de Sánchez, de los amenazadores proyectos de Torra, de los desórdenes que originan los Comités de Defensa de la República. Los españoles desean un gobierno de la nación fuerte y el de Sánchez no lo es, desean un artículo 155 más fuerte y que la Constitución se respete en todo territorio de España, que sea socio de referencia en la unión Europea.

Quieren destruir el tejido constitucional y ese destejer se hace desde Cataluña y se borda en el País Vasco. Muchos en España no creen que Sánchez sea la persona que traiga a España la paz que necesita en este largo periodo de perturbación: paz interna, gobierno fuerte y represión de la rebelión separatista.

El artículo 155, tal como se redactó, no solucionó nada. Los políticos, seguidores de Puigdemont, el fugado, se han rebelado nuevamente. Sánchez se cree capaz de salir airoso de ese infierno terrenal político que es ahora Cataluña. Para salir de ese infierno hay que actuar cual tenebroso Rubalcaba o cual cavernoso Guerra pero Sánchez no es una cosa ni otra. Tememos que Sánchez sea firme en sus opiniones equivocadas a no ser que deje de ser ostentoso y absolutamente irresponsable puesto que más de una vez ha caído en orgullo y vanidad y eso lo necesita Torra para vencerlo.

El celo independentista catalán es demasiado ardiente para extinguirse si no es por «un mar de sangre», consecuente a su loco idealismo. Sánchez quizás prefiera evitar «un mar de sangre» pensando en Utopía. Torra es el cuerno de Satanás que ha vuelto a crecer y Sánchez no tendrá valor de crear una nueva Orden de Caballería para implantar un más eficiente y duradero artículo 155.

Habrá que esperar a nuevas elecciones generales, quizás en mayo de 2019, para detener a Torra y a sus rebeldes.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba (UCO)