Al igual que los super jeques árabes pagan para no aparecer en las listas Forbes de millonarios, las efemérides más internacionales tampoco figuran en el listado oficial de las jornadas más célebres del calendario mundial. Y digo esto porque hoy es Viernes Santo, celebración en todo el mundo cristiano, que es lo mismo que decir para el 31 por ciento de la población mundial, nada menos.

No sólo es el día de la conmemoración histórica de la muerte de Jesús de Nazaret en la Jerusalén del prefecto Poncio Pilato, que celebramos por estos lares entre hornazos y bendiciones, liturgias solemnes, Dolorosas y Nazarenos. Sino que hoy es también el día mundial de todos los Cristos Rotos. O dicho de otra manera, el día en que buscamos encontrarle un sentido a los sufrimientos y contrariedades que nos acompañan; el día de las cruces grandes y pequeñas que portamos y que tantas veces nos atenazan el ánimo y contraen el espíritu. Hoy es un día para poner de manifiesto lo más descarnado y vulnerable del ser humano; para contemplar a todos aquellos quienes entregan su vida por todas esas causas aparentemente perdidas en los senderos de la historia, causas nobles y calladas, incomprendidas, que no esperan el aplauso ni buscan la complacencia. Es el día del amor sin límites, de la fidelidad sin límites, frente al chantaje de la violencia y de la muerte, del oportunismo y del atajo. Día del escándalo de la coherencia hasta el final. Es una jornada para lanzar un compromiso más que una mirada a los inocentes de todos los caminos, de todas las guerras, de todas las injusticias que van creando las estructuras y coyunturas de un sistema desigual y perverso. El papa Francisco pondrá hoy el dolor del mundo en el centro de las meditaciones del Vía Crucis.

Sí hoy es el día internacional de los todos los calvarios, sobre tierra y sobre mar. El día mundial de la compasión, una de las más hermosas facultades del alma humana, como la definiera Séneca. A los pies del Cristo de Velázquez, y entre los mejores poemas en lengua castellana, especialmente hoy resuenan en la memoria los versos del soneto a Cristo crucificado: «No me mueve, mi Dios, para quererte /el cielo que me tienes prometido, /ni me mueve el infierno tan temido/ para dejar por eso de ofenderte./Tú me mueves, Señor, muéveme el verte /clavado en una cruz y escarnecido, /muéveme ver tu cuerpo tan herido, /muévenme tus afrentas y tu muerte».

* Abogado