Este domingo, último de noviembre, los creyentes celebramos la fiesta de Cristo Rey, que tiene indudables fundamentos en el evangelio. Juntamente con ello tiene interpretaciones y versiones que no son coherentes con el contenido evangélico del término «Reino» que Jesús proclamaba asiduamente. Ya antes de su nacimiento el Ángel Gabriel dijo a María de Nazaret: «tendrás un hijo, recibirá el trono de David su padre, y su reino no tendrá fin». Durante la vida de Jesús tenemos constancia de las numerosas veces que Jesús denominó su proyecto de sociedad y de vida individual con el término «Reino de Dios», o «Reino de los cielos». Otras veces la denominación de Rey le fue adjudicada por otras personas. Las masas populares tuvieron el intento de elevarlo a la categoría de Rey después de la multiplicación de los panes tal como lo cuenta el evangelio de San Juan (capítulo 6º) supuestamente como alternativa política al Rey Herodes. Así mismo el lema que Pilatos mandó colocar en la cabecera de la cruz decía textualmente «Jesús Nazareno Rey de los judíos».

Digamos, pues, que la asociación de la persona de Jesús, con la palabra «Rey» tiene indudables fundamentos en los textos del evangelio. Sin embargo hemos de observar que esta asociación, ya desde el principio, tuvo lecturas diferentes, y que alguna de ellas no encajaba con la manera de pensar y sentir que el propio Jesús tenía de sí mismo. Esta diferencia de lecturas es lo que tuvo que aclarar el propio Jesús ante el magistrado romano. «Sí, efectivamente soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo». No es que no esté en este mundo, sino que tiene un estilo y unas pautas de procedimiento distintas de la de los reinos al uso. Si fuera como los demás reinos, todo esto que está ocurriendo ocurriría de otra manera. No estaría aquí sólo delante de usted, sin más defensa que mi palabra, mi manera de pensar sobre Dios y la religión. Esto que yo soy, esto que yo hago, lo llamo Reino, pero no se parece para nada a los otros reinos que Vd. conoce.

Después de los relatos evangélicos, Pablo de Tarso elaboró una teoría ambiciosa del Reino de Cristo. Rebasó el marco estricto de la conducta personal y de las relaciones sociales, y elevó el concepto a una dimensión cósmica. El Reino de Jesùs no solamente es un sistema de comportamiento humano, es además lo que llena de sentido y significación a toda la naturaleza, al cosmos completo, a la «creación entera» dice literalmente Pablo. Todo se hizo por Él y para Él. Cristo es el principio y fin de toda la naturaleza existente. Pablo, en sus cartas a las comunidades por donde previamente ha pasado, usa a veces el estilo literario de relato como hacen los evangelistas. Así es como les cuenta a los cristianos de la ciudad de Corinto los sucesos que tuvieron lugar durante la Cena del Jueves, justo antes de la muerte del Señor. Sin embargo la mayor parte de sus cartas están ocupadas por elaboraciones teológicas acerca de la persona de Jesús como principio y cabeza de toda la creación.

Si hemos de ser fieles con nuestras raíces cristianas, pienso que nuestra lectura del título de Cristo Rey ha de ser coherente con el pensamiento del propio Jesús, y el desarrollo teológico de Pablo de Tarso. A su vez evitar contaminarlo con la lectura desviada del mismo, que hicieron algunos de los judíos contemporáneos suyos, o lo que le pudo pasar por la cabeza al magistrado romano cuando lo escuchó por primera vez. Tanto para unos como para el otro, el Reino de Cristo, no solo estaba en este mundo, era además de este mundo. En ocasiones la imagen grandiosa de Jesús tiene más coincidencia con los Reinos de este mundo que con las parábolas con que Jesús explicaba su concepto del Reino.

Me referiré solamente a dos, por no alargarme. Los símbolos de poder y magnificencia que con excesiva frecuencia van asociados a manifestaciones de tipo religioso y eclesial. Se parecen bastante más al estilo y normas de protocolo de los grandes personajes de la política y las finanzas, que al estilo y pautas de comportamiento del propio Jesús. En segundo lugar el intento de que las leyes de la sociedad civil, obligatorias para todos los ciudadanos creyentes y no creyentes, sean elaboradas desde un criterio estrictamente confesional, y no solo desde la valoración y promoción de los valores de la justicia, la igualdad, y la paz. Esta tendencia a la imposición legal y coactiva de la moral cristiana a creyentes y no creyentes está más cerca de los usos de los partidos políticos para imponer su ideología, que de la manera cómo Jesús anunciaba el Reino por los pueblos y sinagogas de Galilea. El Reino de Jesús es el Reino de la Justicia, la Verdad y la Paz.

* Profesor jesuita