Ha sido necesario el caso de Cristina Fallarás para que, todavía más si cabe, apreciemos en la medida justa la situación en la que se encuentra el país. No es que Cristina Fallarás sea ni mejor ni con más derecho, ni más digna de solidaridad que cualquier otro de los decenas de miles que ya han sido desahuciados de su vivienda, pero el caso Fallarás nos pone delante de la cara el fallo, el fracaso peligrosísimo y desvertebrador de esto que creíamos un país. Repito que igual dignidad tiene, y derecho, cualquier trabajador que de pronto se encuentra sin nómina, sin trabajo y en la calle con hijos, con familia, con deudas; pero Cristina Fallarás, además, nos indica por dónde van las cosas y, lo que es peor, por dónde van a ir dentro de poco. Que una intelectual brillante, periodista imaginativa, empresaria con ideas vanguardistas, escritora multipremiada y cuya voz, cuya opinión y presencia profesional son reclamadas en foros internacionales y mediáticos (no lo digo por su reciente aparición denunciando la situación), no hace sino ratificar que este país anda descabezado de cerebros, de materia gris. Cuando, además de la masa laboral que sustenta una nación, los profesionales en cuya preparación se ha invertido tiempo y dinero se quedan sin casa, sin medios para subsistir, cuando los profesionales de la ciencia, medicina, técnica, tienen que salir en masa a Alemania o el Reino Unido, cuando eso pasa es que nos quedan dos telediarios para la hecatombe. Y lo peor está por venir, como dice ella, cuando se acabe el subsidio a los que aún lo perciben. El terror.

* Profesor