La palabra crisis no se nos cae de los labios. Las cifras no pueden ser más negras y desalentadoras. Y, además, la crisis se derrama en ámbitos diversos, como si afectara a todos los engranajes de la sociedad. Es cierto: no sólo hay una crisis económica sino también una crisis de valores. Que el aborto y la eutanasia sean considerados, respectivamente, como "derecho" y "muerte digna", en lugar de hechos traumáticos y deplorables, debería hacernos reflexionar sobre nuestras conciencias éticas y morales. Que actuar según criterios de conciencia se convierta en algo excepcional en lugar de ser la regla que regule nuestros actos, debería escandalizarnos. Quizás, por eso, Benedicto XVI, clarividente siempre, ha apuntado con acierto que la crisis actual, antes de ser una crisis económica y social, es una crisis de significado. Atención: crisis de significado, más profunda y radical que una crisis moral. Porque la moral nace de nuestra posición ante la realidad, así que de poco sirve apelar a la regeneración moral: el hombre no sabe quién es, para qué sirve, por qué tiene sentido sacrificarse y construir. Quizá se esté cerrando el ciclo que comenzó con la deriva anticristiana de una Ilustración. El capitalismo liberal, la democracia y la laicidad son los tres pilares sobre los que se asienta el Estado liberal moderno. No es el capitalismo el que falla, tampoco la democracia. Y la religión, incluso, mejora el Estado de derecho. ¿Qué es lo que no funciona? A esta pregunta, Jorge Trías contestaba que lo que no funciona son las instituciones, que deberían impulsar y controlar el funcionamiento de la democracia y el capitalismo. Y no funcionan porque estamos sumidos en una "crisis de significado", porque "hay quien, habiendo decidido que Dios ha muerto, se declara dios, considerándose el único artífice del propio destino, y el propietario absoluto del mundo". Desolador paisaje.

* Periodista