Está claro que una de las muchas crisis sociales que nos envuelven, es, sin duda la crisis de la política y de los políticos. La ética no es la política pero, sin embargo, no hay política sin ética. Un pueblo no sólo necesita ser gobernado para que cumpla unas leyes sino que necesita también una orientación convincente hacia fines que dignifiquen su vida. Necesita tener al frente personas que, a la vez que gestores, sean animadores, guías y modelos. Sin esta dimensión esos dirigentes carecen de la necesaria capacidad de persuasión para reclamar obediencia e imponer sacrificios a los súbditos. «¿Deberemos repetir, se pregunta el gran teólogo Olegario González de Cardedal, que al gobernante no le basta la «potestas» (legitimidad jurídica) sino que le es necesaria la «auctoritas» (autoridad moral, capacidad acrecentadora de su hacer para con los demás)?». ¡Qué gran pregunta! La situación actual de España nos muestra de forma dolorosa la ausencia de una moral pública y de unos políticos con capacidad de liderazgo y dinamismo moral. Con solo dejar caer nuestra mirada alrededor, percibimos de inmediato esos cuatro problemas que entorpecen y frenan nuestro desarrollo y nuestra convivencia: primero, la pérdida de confianza en la democracia (y ahí tenemos el gran contraste, el que «gana, pierde», y el que «pierde, gana», a causa de los vericuetos y entresijos en que entran, sin querelo, los votos de los ciudadanos). Segundo, la falta de proyecto moral y espiritual para la nación. Tercero, la pérdida de credibilidad de los políticos, ya que constantemente nos engañan y nos defraudan, o nos muestran su prepotencia, sustentada sólo en cargos y prebendas, y no en las verdadera razones que los acompañan. Cuarto, la corrupción de muchos que han ejercido el poder para el propio enriquecimiento. Estos graves problemas nos han conducido al desánimo, al malestar y a la desorientación de muchos ciudadanos que ahora dirigen su mirada a propuestas utópicas y populistas, que unas veces son arcaicas, más que conocidas por sus fracasos cuando se han aplicado en la historia, y otras veces, totalitarias. Los viejos partidos políticos son rechazados como incapaces para dar soluciones verdaderas que nos saquen del marasmo, ya que solo siguen pidiendo recortes y sacrificios sin que por otro lado se vea la recuperación esperada de las posibilidades económicas o el crecimiento de valores. Y esa «tercera vía», no por insolente y utópica en muchas de sus propuestas, deja de tener importancia. Su eje central, desgraciadamente, es desenterrar instintos y azuzar visceralidades, malestares y desazones. Juegan con un alma herida y ofendida. El hombre no aprende de su historia. Cada uno se considera mejor que el anterior y en tal ceguera repite sus errores magnificados. ¿Llegarán las verdaderas soluciones?

* Sacerdote y periodista