Para avalar el cacareado final de la crisis económica, se aducen múltiples indicadores, entre ellos la actividad de locales de ocio, bares y restaurantes. De acuerdo, es posible que en la calle se advierta cierta alegría; todo es cuestión de no mirar en los rincones oscuros, allí donde todavía reina la miseria, si es que alguna vez fue destronada.

¿Y los pensionistas, qué dicen? Tal vez su voz no tiene ya mucho vigor, quebrantada por la edad y templada por toda una vida de trabajo y sacrificios, que espera en vano su paupérrima recompensa. Los pensionistas han despedido el año con la garantía de un premio anunciado: el 0,25%, exigua contrapartida de un coste de la vida en continuo y seguro crecimiento; seguridad, así mismo, de privaciones incrementadas que con el paso del tiempo tornarán más y más emocionante llegar a fin de mes. Seguridad y convicción, además, de que en el horizonte no se advierten indicios de soluciones, sino, más bien, de nuevas sorpresas como el reciente impuesto sobre la contaminación de las aguas y alguna otra novedad que las diversas Administraciones estudian para solucionar su propio endeudamiento, ya que no los apuros cotidianos de la ciudadanía. Claro, que también entre los pensionistas existen grandes diferencias; algunas de clase y género, como la establecida para las pensiones de viudedad. Probablemente son muchas las viudas, ya de edad avanzada y residentes en un piso tan viejo como ellas, cuyos días transcurren bajo el entretenido panorama de los achaques de su vivienda, desperfectos que no podrán reparar por falta de recursos y que, por cierto, tampoco tienen reflejo en el recibo del IBI pero sí en los ineludibles gastos de comunidad que habrán de atender obligatoriamente. ¿Crisis, qué crisis? ¡Si todo va bien...!

* Escritora