Lo dijo Arzallus con su jerga: no concibo a un catalán con una pistola en la mano. O sea, nos quiso dejar claro que, en un vasco, utilizar la 9mm. parabellum como argumento en una controversia se vería lógico, mientras que un hispano nacido en el Mediterráneo, llevaría una cartera cogida del asa y amarrada con la cadena a la muñeca.

El rechazo que generó esta observación del expresidente nacionalista vasco fue debido a la ignorancia histórica, pues como dije en mi anterior artículo: «Un pueblo aguerrido como el suyo donde, según Estrabón, en las guerras cántabras las mujeres degollaban a sus hijos, y ellas se inmolaban antes de dejarse esclavizar por los romanos», era elemental que en sus genes trasmitieran unos perfiles diferentes a los del antecesor de Joan Manuel Serrat que como mucho lo que le colocó en su carcaj genético era la habilidad para tocar simultáneamente el tamboril y el flabiol, mientras bailaban la sardana.

Si la violencia armada es idiosincrásica en Vascongadas, en Extremadura sería tirarse esposado del tren a vapor en marcha, huyendo campo a través, aprovechando que la pareja de la Guardia Civil en el vagón de tercera iba durmiendo la «carajillorrera».

En Farmacología, la idiosincrasia (respuesta anómala a un medicamento) suele ser genética y se presenta ya entre individuos de la misma raza o bien con respecto a otras. Hay efectos adversos en la raza negra que en la blanca no se expresan, y viceversa. La causa para que eso ocurra es cuando un paciente carece del enzima que debe metabolizar el fármaco. En cambio, la idiosincrasia, como perfiles específicos entre individuos o grupos, aparece por influencias ancestrales: culturales, familiares, medioambientales, sociales... Que los individualizan y diferencian.

Ciertos estilos que en su medio son admirables, si se manifiestan en un hábitat diferente al suyo no se entienden y se malinterpretan. Emocionan los histriónicos vítores y piropos a la Virgen del Rocío, propios de la idiosincrasia andaluza, mas si se repitieran en la sobria Semana Santa vallisoletana se tacharían de vulgares, obscenos y hasta de sicalípticos.

En mi juventud, lo correcto era pagarle la entrada del cine a tu amiga. En cambio, en mi primer verano en la Universidad de Düsseldorf, cuando saqué los dos tiques para ir con Brigitte a un concierto, como me negué a cobrarle el suyo se lo tomó como una ofensa, y muy irritada me dijo: «¿Es que mi dinero no vale nada...?». Y se marchó dejándome plantado y con el convencimiento de que allí no sabían de rocinantes ni de hidalguías, ni de «ande yo caliente...», ni de «a quien buen árbol se arrima...». Tampoco que era cortesía el que el director de mi instituto aceptara la caja de puros de parte de papá; de buena educación que el señor concejal admitiera la cesta por Navidad; así como de distinción, agradecer que le regalara un jamón el opositor al presidente del tribunal. Y si la Internacional farmacéutica no exigía al médico que recetara el nuevo medicamento, ¿tendría que ser grosero desdeñando la invitación a la montería? ¿Habría sido ansia de notoriedad no aceptar el ático cuando todo el mundo lo hacía? Convénzanse: todo hombre tiene un precio (ética de Fouché), la diferencia está en la cuantía. Mas si el individuo puede caer tan bajo, nunca pensé que una institución del Estado Democrático pudiera emularlo; Amancio Ortega acaba de demostrarlo. Agradeceremos sus sobras señor magnate pero si respeta nuestra ética: que la mano derecha no se entere de lo que dio la izquierda.

Sí, nuestra Idiosincrasia nos hacia tan diferentes e irracionales que ganábamos el cielo sentando, un solo día al año, a un pobre en nuestra mesa. Y, en cambio, cuando Buñuel, Palma de Oro en Cannes, sentó en la cena de Viridiana a doce menesterosos, el Ministerio de Cultura mandó destruir todas las copias «por impías y blasfemas». ¿Quién lo entendía? Pío IV encargó que cubrieran los desnudos pintados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, que si por nosotros hubiera sido, voluntarios nos habríamos liado a tiros dejando chicos a los talibán asesinando los budas de Bamiyán. O sea, que sobornos, cohechos, fundamentalismos, hipócritas y meapilas, eran características idiosincrásicas con las que convivías... ¡Más de mucho quedarían!

La corrupción, para mi amiga de raza aria, era un vicio cualitativo: Tan corrupto era Rato llevándose a su casa el Banco España, como el cancerbero con la pírrica mordida por hacer la vista gorda a la papelina que, en el vis a vis, le pasaban al preso. Lo cuantitativo valía cuando te cogían para establecer el volumen de la condena. La picaresca más que como sátira se toma como idiosincrasia, y festejamos la astucia del monaguillo que en la sacristía se empina la vinajera, y luego molesta que haga botellón y coja la borrachera...

* Catedrático emérito de la UCO (Medicina)