Hoy celebramos la solemnidad del Corpus Christi, el Día del Señor, como se le llama también en muchos pueblos. Fue instituida por el Papa Urbano IV en 1264, por inspiración de una religiosa, Juliana de Lieja, y surge como exaltación de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La custodia de Arfe recorrerá esta tarde las calles de nuestra ciudad, en un homenaje ardiente de amor y de fe a esa presencia, a cuyo encuentro sale el pueblo fiel «para adorarlo en el silencio y el coloquio de la amistad sincera», como señala en su carta pastoral, el obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, quien subraya también la dimensión de compromiso cristiano que conlleva la fiesta del Corpus Christi, el día de Cáritas, la organización de la caridad en la Iglesia: «Este año nos lo recuerdan con el lema, Tu compromiso mejora el mundo. No se trata --dice el prelado--, de una campaña anónima, de un programa sin rostro. Se trata del compromiso personal, que brota de la relación personal con Jesús y nos lleva a descubrirle presente en el rostro de los más desfavorecidos, en los pobres afectados por todo tipo de pobrezas, materiales y espirituales». Ciertamente, el día del Corpus nos invita a contemplar esta hora como la hora de una fraternidad urgente, eficaz, generosa y comprometida. No podemos pedir al Padre «el pan nuestro de cada día» sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús, sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros, sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante las dificultades de esta hora. No podemos pasar de largo ante la pobreza, el desamparo, la soledad y las angustiosas situaciones de vida de muchos hermanos nuestros, sin salir a su encuentro y ofrecerles nuestro consuelo y nuestra ayuda generosa. El riesgo siempre es el mismo: comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren; compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro. Hoy, en la procesión del Corpus, escucharemos de nuevo las hermosas palabras del himno eucarístico: «De rodillas, Señor, ante el sagrario, que guarda cuanto queda de amor y de unidad, venimos con las flores de un deseo, para que nos las cambies en frutos de verdad». Más adelante, la estrofa del himno se hará canción urgente: «queremos que en el centro de la vida reine sobre las cosas tu ardiente caridad». Porque, a fin de cuentas, la verdad y el amor son las columnas más necesarias para construir un mundo mejor, por más humano y por más cristiano. Como bien recuerda el Papa Francisco, «nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos» (EG, 183). El Corpus grita amor y fraternidad, en las calles y en los corazones.

* Sacerdote y periodista