Buena idea la del I Congreso Nacional de los Salmorejos. Hay una cierta similitud en algunos pero ninguna en otros, salvo el nombre. Lo supimos gracias a las ponencias de expertos culinarios y a la degustación posterior. No se nos ocurrirá -por ejemplo- en la canícula aragonesa de los Monegros pedir un «salmorrejo» con la idea mental del nuestro. La primera ponencia corrió a cargo de Almudena Villegas, que hace años publicó El libro del salmorejo, ya un clásico: «Plato modesto sin aspiraciones de nada, humilde y sencillo». El calor que envolvía a Córdoba durante el Congreso me recordó esta idea de Almudena: «El calor veraniego afecta e iguala a todas las clases sociales andaluzas». Se ha democratizado este plato, mezcolanza vitamínica que yo llamo de las tres «eses»: sabroso, sencillo y saludable. Y si somos lo que comemos, en verano todos los cordobeses somos salmorejo. Opino que hay platos de invierno y de verano, aunque el sentido común no es lo habitual con las pantagruélicas barbacoas en las noches cálidas cordobesas cercanas a un Guadalquivir antipoético. Juan Barbacid, de la Academia Aragonesa de Gastronomía, nos habló de su «salmorrejo». Saboreamos sus componentes: lomo, huevos, espárragos, salsa. Estupendo, pero por fortuna en pequeñas dosis, ya que nos esperaban en la calle 44 grados, la máxima temperatura de Europa. Mi buen amigo José Carlos Capel nos ofreció una ponencia sabia sobre la alimentacion. Dijo que los andaluces compartimos en el desayuno las tres culturas: unos optan por el aceite de oliva, otros por la manteca de cerdo y por la mantequilla.

* Periodista