Cuando días atrás, en la presentación de la radio biografía teatralizada que ha dirigido Asensi, al saludarlo, manifesté a El Cordobés que le tenía afecto, seguramente se quedó sorprendido, porque no solo no estoy en la lista de sus incondicionales, sino que en varios escritos de hace años publicaba yo mi repulsa a las gracias --gamberradas-- que la gente le reía y a ese engendro del salto de la rana, que ni es pase ni suerte y ni siquiera un adorno aceptable. Pero a cada uno lo que justamente corresponde, y el voto favorable para quien hoy está abandonado por los suyos, que tanto recibieron de él. Y quien justamente es el V Califa del toreo.

Desde su primera corrida en los Tejares, auspiciado por los inventos de El Pipo, supe que lo sería. Cogido por el novillo, que lo tenía en vilo, él desplegaba su ancha sonrisa y saludaba al público. ¡Y la cogida no había terminado!

Por mi parte puedo decir que en su época gloriosa yo tenía mucho trabajo como abogado, y dejaba el estudio de los casos más difíciles para cuando había corrida televisada de El Cordobés. El país quedaba congelado: ni una llamada telefónica, ni una visita, ni un amago de interrupción, ni un ruido.

En resumen yo soy de los de traer, parar y mandar, del toreo lento y largo, del toreo de Antonio Ordoñez, por ejemplo. Pero no me rindo a quien obsequia a su clientela con un pellizco cada veinte corridas. Y reconozco el mando donde está: en ese toreo con la izquierda de Manolo y en su lucha denodada, sin desmayos, en la cúspide del toreo, sin ceder ni una cuarta a nadie.

No aprecio gran parecido en los rasgos físicos de Manuel Díaz, que todo el mundo califica de evidentes, pero si advierto en él la facilidad de comunicación con los tendidos de quien es su padre según resolución de la Audiencia provincial. Se frota las manos, como quien dice vamos al pescado, y ya aplauden los tendidos; eso sí, la misma mayoría ingenua, por no decir cateta, que pedirá y jaleará el maldito salto de la rana.

Este Manolo de 48 años, que tomó la alternativa de manos de Curro Romero en 1993, que toreó 126 corridas en el 95, 110 en el 96 y 108 en el 98, que se ha casado y descasado con sosiego y prudencia, que ha cocinado ante las cámaras, torea bien cuando lo hace por lo fino, pero sin alcanzar cotas gloriosas. Y ha ido siempre de hijo suplicante de reconocimiento y cariño sin recibirlos; hasta ahora por lo menos.

Yo creía que el empeño de torear de Julio Benítez no se apoyaba en condiciones y que era empeño de su madre. Por eso me quedé completamente sorprendido cuando a uno de los Lozano le oí en larga entrevista televisiva, después de pasar unos videos sorprendentes del Julio de sus comienzos, que Julio tenía tales condiciones que de haber querido habría podido con todos, pero que se rajó. Así vino el Julio del Mercedes, de las francesas y de las playas.

Ahora un joven empresario cordobés ha montado para Morón una corrida en la que compartirán cartel el hijo legítimo de siempre y el reconocido por los tribunales en 2016.

Esa corrida estará preñada de morbo, más que de interés taurino, pero vale. Quizá un coso con aforo de 5.000, que es el que esta plaza tiene, sea el adecuado para este evento social.

Es de suponer que Manolo pondrá toda la carne en el asador, y apretar puede apretar.

Por su parte Julio también lo intentará, pero con el hándicap de que no se puede improvisar una preparación a fondo cuando el hábito de francesas y playas se ha consolidado como costumbre de años.

¿Y qué hará el padre? Su situación familiar actual le permitirá no presenciar la corrida, y esperar la información de su resultado con bastante tranquilidad, con los pies hincados en la arena como antaño.

* Escritor y abogado