Fue el 16 de octubre de 1973. Lo sé con certeza porque no hace mucho encontré la carta de citación mientras ordenaba papeles y libros de aquella época. Mi credencial de becario para la Universidad Laboral Onésimo Redondo de Córdoba se había retrasado, y debía incorporarme al centro educativo con un mes de demora. Recuerdo como si fuera hoy la primera vez que intuí Córdoba entre las últimas estribaciones de Sierra Morena. Llovía con fuerza y persistencia inusitadas, como lo hacía antes. Cuando llegamos a la Laboral nos sentimos empequeñecidos ante sus, para nosotros, colosales dimensiones. Era la primera vez que salía del pueblo, y aquellos pasillos enormes, que debimos recorrer hasta el Colegio San Rafael, mi primer destino, vislumbrando al paso gigantescas salas de estudio con cientos de alumnos disciplinadamente inclinados sobre sus tareas, nos sobrecogieron. Tampoco he olvidado la imagen de mis progenitores alejándose pasillo adelante, ni la mirada y las lágrimas de mi madre cuando, una sola vez, se permitió volver la cabeza para ver cómo me perdía al fondo. Mi padre no lo hizo. Prefirió tragarse las suyas para no mostrar signo alguno de debilidad. Cosas de la época. Fue el primero de muchos sacrificios, una prueba más de su generosidad y de su grandeza. Empezaba así una aventura, dolorosa en muchos aspectos, pero gratificante en otros tantos, que en octubre de 2018 cumple cuarenta y cinco años. Toda una vida, sin duda, enriquecida desde muy pronto por las familias adoptivas de amigos cordobeses, como Ildefonso Jiménez, o Pedro Ruiz, que me acogieron sin reservas, paliando así en parte mi orfandad desconsolada. A ellas se sumarían después otras muchas, a las que siempre estaré agradecido: las de Concepción Antón, Soledad Gómez, Dolores Ruiz, Silvia Carmona, Isa Tena..., y, más recientemente, Luis Bueno o Fernando López Segura, entre otros. Fue así como, casi sin darme cuenta, empecé a amar a esta ciudad, que me cautivó por su belleza, su sobriedad, su alcurnia, su fe, su recogimiento, su contrición, su silencio, sus contradicciones, su luz perpetua, su tradición de siglos, su discreción, su sensibilidad, su sabiduría. Y, por supuesto, también a los cordobeses.

A todo lo largo de mi ya dilatada carrera, me he dejado la piel a diario por ser leal a mi concepto de Universidad, desde el compromiso, la ética, el rigor, la solvencia, el esfuerzo y la entrega sin paliativos. Obviamente, mentiría si dijera que el camino ha sido fácil. En mi profesión las cosas nunca lo son. Pero es momento de alegría, no de malos recuerdos. A pesar de mi discurso no siempre complaciente, de mi actitud crítica, osada y combativa, de mi desesperación y mi profunda desesperanza ante tantos desmanes como sufre a diario, o quizás precisamente por ello, Córdoba está siendo tan generosa y pródiga conmigo, dando muestras una vez más de su grandeza de carácter, de su necesidad acuciante de Quijotes, de su corazón palpitante y roto tan requerido de cura, de su belleza de cuerpo y de alma, que solo me brotan del alma palabras emocionadas de agradecimiento. El Premio Cordobés del Año 2017, del que quiero hacer partícipe a los miembros de mi Grupo de Investigación, como trato a diario de compartir con ellos filosofía, valores, rectitud y perseverancia, es para mí un regalo maravilloso que da carta de oficialidad a mi profundo cordobesismo y ratifica la intensa relación que mantengo con esta ciudad desde hace cuatro décadas y media; mi amor y mi entrega a ella; mi admiración por todo lo que es y representa. Por fin, gracias a que alguien se ha parado a darle la información que lleva tantos años requiriendo, la sociedad cordobesa está reaccionando, y no pasará mucho tiempo sin que termine por obligar a las instituciones y sus respectivos responsables a cambiar actitud con relación a nuestro gran legado patrimonial. Es el sino de esta ciudad, que a veces pierde la noción de la responsabilidad que tiene sobre sí misma. De ahí el acicate de verdad impagable que representa este premio. Confío, en el futuro, saber estar a la altura.

Mi enhorabuena sincera al resto de los premiados, y mi agradecimiento de corazón y de alma al jurado, por haberme estimado merecedor de tan preciosa y anhelada distinción; a Diario CÓRDOBA, por creer en mí y concederme desde hace ya nueve años el impagable altavoz que suponen sus páginas; a Córdoba en pleno, que tanto me da, en todos los sentidos; a la Universidad y la Facultad a las que me honro en pertenecer; a mis amigos y a quienes se han alegrado conmigo; al alcalde y 1ª teniente de alcalde de Herrera del Duque, mi pueblo, por acompañarme el día de la entrega en representación de mis paisanos; y en particular a mi familia, por soportar mis ausencias, enriquecer mis presencias, y quererme sin condiciones a pesar del tiempo y la distancia.

* Catedrático de Arqueología de la UCO