¡Córdoba!, la que sus acrisoladas piedras recitan poemas o cantares, que elevan el alma, cual paloma del conocimiento, a un florecido jardín de azahares, de incunables con aroma a sacristía de ermita rodeada de pinares o a un pequeño desván de cristalera de colores, arrullados por anaqueles de roble, ocultos de la piras inquisitoriales.

¡Córdoba!, la que las ondas de sus fuentes escriben versos de agua y separan hojas atusándose cabellos de verdina, que más que desidia, es capricho del surtidor.

¡Córdoba!, donde el viento acaricia las veletas con una sentida Soleá. Estrechez de cal, ecos de bronce que despiertan a los jazmines de la dulzura de su ensueño.

Rostros de canela con ojos de azabache y moño tan laberíntico como la pasión en el zoco del amor.