El lanzamiento de petardos en Córdoba durante estas navidades, muchos de ellos verdaderas bombas, nos ha desbordado. Ha sido un tema recurrente en las conversaciones cotidianas y en los medios de comunicación. La apertura de una empresa con dos almacenes en sendos polígonos que, además, hizo publicidad con folletos de varias páginas a todo color colocados en los parabrisas de los coches, ha convertido la ciudad en una especie de Bagdag durante el bombardeo del 2003, según refería acertadamente un comentario publicado el 26 de diciembre en la edición digital del Diario CORDOBA.

Nos ha desbordado en intensidad, pues comenzaban a mediodía y se prolongaban hasta las 3 de la madrugada de cualquier día festivo o laborable, impidiéndonos conciliar el sueño. Pero también nos ha desbordado en duración: desde comienzos de diciembre hasta mediados de enero aproximadamente, casi 40 días, más de un diez por ciento de todo un año.

Preguntada la Policía Local, esta responde que el problema radica en que la ordenanza municipal prohíbe su uso pero no su venta en establecimientos autorizados. El concejal Emilio Aumente, sin embargo, acusa al gobierno municipal de dejación de funciones, y califica con toda la razón de "demencial" el incremento de estos artefactos.

Como ciudadano de a pie me pregunto si es razonable que la tranquilidad de nuestra ciudad se vea secuestrada durante todo este tiempo por unos cuantos puñados de adolescentes, o de adultos con cerebro de adolescente. No se lo reprocho a ellos, pues su capacidad intelectual y moral no da para más; ni siquiera a los vendedores, porque es fácil aparcar los escrúpulos cuando está en juego la obtención de ingresos para subsistir, sea mediante la venta de petardos, de armas de fuego o de drogas. Queda la responsabilidad, por tanto, en manos de las autoridades, y dudo mucho que el Ayuntamiento no disponga de recursos legales ni materiales para proteger la calidad de vida de sus ciudadanos y evitar que esta barbaridad se repita a la vuelta de diez meses. Otra cosa es que los ediles del PP vivan en zonas más selectas donde esta práctica no esté tan extendida, pero convendría recordarles que hay vida más allá de Ronda de los Tejares.

Como hijo de alicantina conozco los riesgos que comporta el uso de este material por manos inexpertas. Quizá en la próxima edición, cuando un quinceañero pierda una mano o una niña quede tuerta, el alcalde pensará que hay que tomar medidas. Es lo de siempre: no se actúa para evitar la desgracia, sino porque esta ya se ha producido.

* Escritor