Nuestra Mezquita primero, luego el inigualable Casco Histórico de Córdoba y posteriormente los Patios, hacen que esta ciudad --lujo para los sentidos-- contenga la mayor concentración de títulos de Patrimonio de la Humanidad. Si en julio de 2018 la Unesco decide otorgar también a Medina Azahara el título, será en la 42ª sesión del Comité de Patrimonio Mundial de este organismo internacional cuando Cordoba se eleve definitivamente y mire muy desde arriba y con distancia a cualquier otro lugar del mundo. Será ya sin más la estrella rutilante del universo de las ciudades Patrimonio de la Humanidad.

Pero en esta ciudad tenemos un gran problema. Nunca seremos capaces de creer el lugar que ocupamos, el potencial que tenemos y lo que podemos llegar a representar en el mundo. Córdoba tiene un gran problema: quienes nacimos en ella y no la valoramos. Y digo quienes nacimos en ella porque a cada paso que doy me encuentro que los foráneos, o precisamente aquellos que venidos de fuera están afincados aquí y la habitan, son quienes verdaderamente la valoran, frente a los que la ignoramos y que tenemos la sangre que corre por las venas del color de la Córdoba romana, árabe y cristiana.

Córdoba no puede ser esa estrella rutilante que en sí misma es, sin una sociedad civil que apueste por ella, que emprenda, que invierta, que cree riqueza y sea generosa con ella. Córdoba no puede ser solo una «mantenida» por el dinero público y de sus instituciones, porque ello provoca, por ejemplo, que Medina Azahara la tengamos excavada solo a un noventa por ciento porque no hay fondos ni para descubrir más de ese pozo de belleza incalculable, ni de mantener adecuadamente lo que allí haya escondido.

Córdoba siempre esconde más de lo que enseña, siempre mira hacia dentro y eso, muchas veces, nos hace mirarnos el ombligo. Tal vez por eso cada mayo es tan especial, porque en un alarde de ser distintos a lo que normalmente somos, nos abrimos al resto del mundo y de qué manera. Se instalan las cruces por las esquinas, se escucha la música en cada rincón, se abren los patios a los que asistir a ese espectáculo de flores que parecen contrahechas y al rumor del agua de las albercas, para terminar rendidos a la eclosion de nuestra feria, que también se abre al mundo, porque todo es de todos, aunque sea por un rato.

Abrámonos el resto del año también para mayor gloria de Cordoba, ni tan lejana, ni sola.

* Abogada