El turismo ocupa estos días las principales portadas de los medios de comunicación, aunque por primera vez, en nuestro país se habla de la cara B del turismo, de cuáles son las causas de la burbuja turística, pero, más importante aún, de qué consecuencias tiene para nuestras ciudades este modelo de turismo. Es el momento de hablar en serio sobre medio ambiente, derecho a la vivienda, participación ciudadana o redistribución de la riqueza. En definitiva, debemos hablar de modelo de ciudad como un conjunto indivisible, pues no hay una Córdoba para los turistas y otra para los cordobeses.

Hoy la novedad es el turismo y otra vez los «radicales catalanes». En la última vuelta de tuerca de la neolengua, la preocupación por las consecuencias devastadoras de este modelo turístico ha pasado a llamarse turismofobia. Quizás, hablar del impacto social y ambiental de un sector económico que ya supera el 13% del PIB andaluz requiera un poco de rigor, aunque esta no sea la tónica del debate político actual. No por ello debemos resignarnos a santificar un sistema devastador e inhumano con el más débil, apelando al trabajo y al sustento más básico, mientras los que realmente se llenan los bolsillos son los que llevan años y años acumulando beneficios que no ven ni de lejos las personas que trabajan cada día haciendo avanzar el buque insignia del crecimiento español. A algunos incluso les parecerá demagogia denunciar una realidad inapelable, y es que mientras los ingresos derivados del turismo crecen a un ritmo galopante, los sueldos y las condiciones laborales retroceden a niveles de principios de siglo, del siglo pasado concretamente. Como guinda del pastel, el empleo relacionado con el turismo no ha dejado de bajar en la última década. Cada día tenemos más visitantes y mayores ingresos turísticos, pero menos empleo y en peores condiciones, aunque los creadores de la posverdad nos dirán que señalar esta sinrazón de modelo económico es populismo del malo. Y ya abrir el debate sobre los límites del crecimiento infinito en un mundo con recursos finitos suena a ciencia ficción.

Pareciera como si una buena mañana nos hubiéramos despertado con 80 millones de turistas pululando por nuestras calles, cuando no se ha movido una coma del modelo que bendijera el dictador allá por los años 60. El mejor retrato de este modelo, que ha crecido hasta la hipertrofia, es el de una España en venta libre de cargas. Nosotros concretamente. Porque afeamos la postal de calles y ciudades que comienzan a ser parques temáticos donde antes había arraigo, convivencia y miles de vidas, que ahora se han visto despojadas de su propia historia. Pero como todo el mundo sabe, un parque temático no tiene habitantes, solo trabajadores. Precarios a ser posible. El problema del turismo no es el turismo en sí, sino la gestión del mismo. Los culpables de esta debacle social y ambiental no son los turistas, y mucho menos los vecinos de las ciudades que los acogen. Los responsables de este atentado a nuestro patrimonio y a la justicia social son las incapaces élites políticas y económicas de nuestro país, que no han generado crecimiento económico que no sea sinónimo de burbujas, la inmobiliaria primero y la turística ahora.

Poniendo la mirada en Córdoba, yo me pregunto hasta cuándo intentarán aplazar el debate sobre el modelo de ciudad que queremos, y si no intentarán hurtárnoslo bajo la sombra de la situación de extrema necesidad y desigualdad que sufren buena parte de los cordobeses y cordobesas. Han decidido por nosotros que el único recurso que tenemos es el monocultivo del turismo. Una suerte de latifundio del siglo XXI. Los cordobeses no podemos mantener un modelo turístico donde inversores internacionales nos están echando sin contemplaciones del casco histórico para hacer hoteles con «encanto» y apartamentos turísticos. No podemos consentir que el crecimiento se base en explotar a personas por 4 euros la hora para ser la terraza de Europa. La periferia dentro de la periferia. No podemos hablar de mejora de la economía si no hay redistribución de la riqueza y se destroza nuestro patrimonio.

Yo quiero vivir en una ciudad que no expulse a aquellas personas que la levantaron piedra a piedra, una Córdoba en la que puedan vivir los cordobeses. Aspiro a seguir paseando dentro de unos años por calles llenas de vida, donde se escuchen diferentes idiomas, pero no se difumine nuestro acento entre el ruido de las terrazas. Espero poder volver la vista atrás algún día y reconocer los patios y la Judería. Estampas que poco o nada tienen que ver con los decorados de cartón piedra, más propios del show de Truman, en los que poco a poco se va sumiendo nuestra ciudad, donde nuestros lugares más preciados acaban convirtiéndose en moneda de cambio para quienes especulan sin corazón con la Córdoba de nuestros padres, hipotecando la Córdoba de nuestros hijos.

* Coordinador general de Podemos Córdoba