En ocasiones he tenido en mis manos un paquete con un vistoso envoltorio, brillante, colorido y vivo, pero sin saber lo que contenía. Eran esos regalos sorpresa donde lo envuelto valía menos que la envoltura y esta solo hacía de reclamo para despertar una súbita atención que, posteriormente, se tornaba en una penosa desilusión, tras comprobar la escasa valía del contenido alojado en el interior del paquete «regalado». Traigo esta vivencia a colación para visualizar, con palabras, el concepto que tengo de la Córdoba actual, según mi criterio personal y sin ánimo de ser derrotista ni alarmista, pero, hoy, Córdoba, para mí, es eso: un paquete envuelto con papeles de colores, sin nada que ofrecer en su interior salvo el vestigio de un decorado antiguo gestionado por tramoyistas cansados, inexpertos e ignorantes.

Hago mías las palabras que el director de este Diario, Francisco Luis Córdoba, escribió en la presentación del Proyecto de Progreso 75 ideas para Córdoba, decía así: «Nos conformamos con darle a Córdoba un pellizco estimulante que la despierte de su displicente nostalgia de un futuro, siempre expectante de alguna redención ajena». No se puede ser más concreto ni decir más en tan escaso texto.

Hoy, después de décadas malgastadas en debates infructuosos, foros estériles, mesas constituidas entre la desidia y la tristeza y ágoras coloquiales fracasadas, Córdoba sigue sin saber cual es su norte logístico ni su plan estratégico que garantice su futuro.

Y es verdad que a Córdoba hay que pellizcarla un día sí y otro también para que la somnolencia no la invada y entre en un sopor crónico que imposibilite, incluso, las mínimas reacciones que ahora tiene.

Está muy bien que el envoltorio de Córdoba, representado solo en su pretérito esplendoroso, sea ariete válido para batir, en parte, la muralla de su ancestral desempleo, movilizando, con eficacia, la actividad turística. Está muy bien que se pretenda crear la avifáunica Isla de los Pájaros, si no fuera por la negativa experiencia sufrida con el alardeado Pescódromo y que del cuál solo existe su ruina. Está muy bien que se quiera crear un Puerto Seco, si no fuera porque aún no está definida, ni buscada, ni explorada, la tasa de colaboración que prestarán a Córdoba los siete puertos marítimos de Andalucía, circunstancia fundamental, decisiva y determinante de su posible y esperado éxito; ya, en 1993, en la redacción del Plan Estratégico de Córdoba, se proyectó crear uno o varios centros logísticos con aduana, zona franca, bolsa de transporte, empresas de almacenamiento, hoteles, restaurantes, pools de paletas, etc. ¡Y con máximo grado de prioridad!

Está muy bien que se pretenda culminar la Operación Lepanto con la restauración de la galerías y la rehabilitación de ese gran espacio rectangular, con una superficie parecida a la plaza de La Corredera, si no fuera porque este proyecto ya formaba parte del referido Plan Estratégico 1993 y, todavía, al parecer, está pendiente la firma del imprescindible convenio con el Ministerio de Defensa.

Así que pellizcando y volviendo a pellizcar a esta Córdoba de nuestras entretelas, solo pretendo sonrojar su piel, consecuencia de los pellizcos, y denunciar que no solo de los envoltorios vistosos, tintados de lejanías y distancias, puede vivir esta Córdoba ancestralmente ubicada en el último vagón del tren nacional, sino que debe optar por concretar lo posible, dentro de los plazos razonables, para que nunca sean utópicos los proyectos de ciudad y que, desde las redacciones de los mismos hasta que el paso de los años obligan a modificarlos, no asomen las prescripciones en forma de nuevas adaptaciones y exigencias que los hacen interminables.

La Ronda Norte, el Parque de Levante, la Azucarera de Villarrubia, el Centro de Convenciones Parque Joyero, el Aeropuerto, el Metrotren, la Biblioteca de los Jardines de la Agricultura, el Parque Logístico, el Tren de Cercanías y, ahora, ¡la Feria del futuro!, son otros tantos paradigmas de típicas incompetencias, con sus flagrantes indolencias, que manifiestan que Córdoba, como ciudad, todavía, en cuarenta años democráticos, no ha sentido la buena y saludable experiencia de saberse, municipalmente, bien gobernada. Y eso es muy triste.

* Gerente de empresa